La caseta por fuera sigue sin parecer una parroquia, los que siguen viniendo nuevos la miran con incredulidad. Por dentro mejora bastante aunque el espacio sigue siendo limitado. En broma les digo que la torre sólo pueden verla los que están en gracia de Dios ( y menuda panda de pecadores tengo en mi parroquia, nadie la ve, ni yo mismo). Sin embargo ayer ya hicimos el primer bautizo en la caseta. No cabían todos los miembros de la familia, pero por la ventana tiene muy buenas vistas. Los que vienen a diario empiezan a cogerle cariño a la caseta (espero que no demasiado y podamos cambiar pronto), pero saben que ahí está el Señor en el Sagrario, que allí se celebra la Santa Misa y pueden acercarse a la misericordia de Dios. En unas semanas empezará la catequesis, los grupos de padres y diversas actividades. Todo eso ayuda a no ver sólo la caseta, algunos ya ven lo que es: la parroquia.
“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.” Hoy es el día de la exaltación de la Santa Cruz. Estamos acostumbrados a ver cruces, cientos, miles de cruces. Hay cruces en nuestros cuellos colgando de una cadena, seguramente en nuestras casas, en las Iglesias hay varias, en las calles, en los museos y en estampitas. Vemos tantas representaciones de la crucifixión a lo largo de nuestra vida que, tal vez, nos hayamos acostumbrado. De tanto ver la cruz tal vez nos hayamos olvidado de mirar “al que traspasaron.” Esta semana que comienza con esta fiesta tal vez sea un buen momento para cambiar la mirada al mirar la cruz. Sacudirnos la rutina, la costumbre y la indiferencia. Mirar la cruz como si fuese la primera vez que la vemos, con toda su realidad y su crudeza.
“Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz” Es el mismo Hijo de Dios el que pende de la cruz. Y lo hace para reconciliarnos con el Padre y darnos el don del Espíritu. En él están presentes todos los sufrimientos, dudas, pecados y sufrimientos de la humanidad. Están tus pecados y los míos, tus miserias y las mías. Como un esclavo Jesucristo recoge nuestros dolores y los hace suyos, los cuelga del madero de donde surgieron y nos redime. Cambiar la mirada para ver la cruz debería llevarnos a las lágrimas, a la reparación, a unirnos a Él. Mirar la cruz es mirar la Eucaristía, es contemplar nuestra vida y la cruda realidad del pecado que lleva a la muerte, a destrozar la vida del hombre, a que los demás saquen lo peor de sí mismos.
“Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.” Cambiar la mirada cuando vemos la cruz supone también encontrar el perdón, la misericordia, la puerta de la resurrección, la fuente de los sacramentos, los cimientos de la Iglesia, la alegría de la reconciliación, la fuerza de Dios. Ojalá esta semana hagamos unos ratos de oración mirando al crucificado, leyendo los relatos de la pasión como si fuese la primera vez, colocándonos junto a María para seguir de cerca a Cristo. La Virgen nos ayudará a no huir, a mirar la cruz con toda su crudeza y con toda la fortaleza de la misericordia Divina que surge del costado abierto de Cristo, “porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”