“Sé muy bien que es así: que el hombre no es justo frente a Dios”. Estas palabras de Job nos ponen frente a una realidad difícil y testaruda: da la impresión de que Dios cada vez tiene menos amigos. Y es que hemos devaluado hasta el absurdo lo que es Dios para cada uno de nosotros. No se trata de alguien al que hemos oído hablar, o un pariente que vive en un país lejano, se trata de Aquel que me mantiene en lo que soy, sólo y exclusivamente, porque me ama. Y esa relación personal de Dios (contigo y conmigo), es una relación de amistad, es decir, la de alguien que comparte lo más íntimo de nosotros y, además, da respuestas. ¿Cuál es el drama? Una vez más se encuentra también en nuestro interior. Si hay algo que Dios respeta escrupulosamente es nuestra libertad. Y ya sabemos que eso de la amistad es en lo que menos se puede avasallar o imponer. Tú eres mi amigo porque te conozco y te quiero… y, en definitiva, porque a ambos “nos da la gana”, que es la razón más convincente. A Dios siempre le da la gana, el problema está en no valorar el calado de lo que se nos ofrece, pues participar de su amistad es, en último término, dar respuesta a lo que me inquieta, me preocupa o me hace sufrir… Han transcurrido siglos, y aún no hemos descubierto dónde encuentra el verdadero sosiego nuestro corazón… ¡Qué torpes!

Pues bien, la Iglesia nos recuerda hoy a uno de los amigos de Dios por excelencia: Santa Teresita del Niño Jesús (Teresa de Lisieux). Esa jovencita, ingresó joven en un Carmelo francés (allí en Normandía)… y también murió joven (apenas veinticuatro años). Su única ambición era buscar la amistad de Dios desde lo que, posteriormente, se denominó, “Infancia Espiritual”. No hizo grandes alardes, ni grandes mortificaciones, ni desarrolló arduas tareas misioneras. Siempre permaneció en su monasterio (vida contemplativa en clausura), pero desde esa aparente inacción, su vida fue de lo más rica y efectiva. Su única pretensión era buscar la amistad de Dios desde la sencillez y el reconocimiento de su pequeñez. Era consciente de sus limitaciones, pero éstas le llevaron a descubrir el amor de Dios hacia ella, ya que Dios no nos ama por lo que tenemos, sino por lo que somos… y empezó una de las aventuras más apasionantes que se han visto en la historia de la Iglesia. Hace unos años fue declarada Doctora de la Iglesia, pero podemos afirmar que ese doctorado está impreso en una sola hoja de papel y, si me apuráis en una sola línea, en la que Teresa escribió su testamento: “Mi vocación es el amor”.

“El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”. Un amigo va contigo hasta el final y hasta las últimas consecuencias y, si es necesario, dará la vida por ti. Eso hizo Jesús contigo y conmigo (“ya no os llamo siervos, sino amigos…”), y sólo es necesaria, por nuestra parte, una correspondencia que, igual que Teresita de Lisieux, sólo se enmarca en la línea del amor… entrega, generosidad, abandono…

Aprende también de nuestra madre la Virgen y ponte en manos de Dios, no con la resignación del que no le queda otra cosa que hacer, sino con el convencimiento de que la Palabra de Dios realmente se cumplirá en nuestra vida, y ya nada te hará temer… de esta manera “paga” Dios a sus amigos.