Siempre me ha impresionado que, en casi todos los hogares, son las madres las que recuerdan con exactitud las fechas de los aniversarios. Igualmente son ellas las que guardan multitud de detalles que para otros son innecesarios y, siempre, les cuesta desprenderse de cualquier cosa, por pequeña que sea, si hay algún acontecimiento unido a ella. Por eso algunos autores hablan de la mujer como la memoria de la familia y de la sociedad.

Hoy celebramos la Virgen del Rosario. Esta oración goza de gran aprecio entre los creyentes. Juan Pablo II subrayó su actualidad al añadir cinco nuevos misterios (los luminosos) a los ya tradicionales de gozo, dolor y gloria. El Papa, al tomar esa decisión ratificaba que la oración mariana es muy útil para acceder a los sentimientos de Jesucristo. Por eso valía la pena incorporar nuevos misterios de la vida del Señor. De esa manera podíamos, desde el corazón maternal de María, ver mejor el corazón de su Hijo; entender los múltiples detalles que, con frecuencia dejamos pasar de largo, y que quedaron impresos en el ojo cordial de la Virgen.

Hace unos años, cuando los criterios pastorales eran más ideológicos, a algunos sacerdotes les asustaba hablar de esta devoción. Pensaban que era poco adecuada para los jóvenes y hablaban de “masticar Avemarías”. Hoy no dirían lo mismo. La historia acaba decantando las experiencias que son válidas de aquellas que no fueron más que fuegos fatuos. Hoy muchos jóvenes católicos rezan el rosario. Quizás no lo hacen con aquella constancia que algunos tuvimos la suerte de vivir en casa de nuestros abuelos. Es posible que no lo recen a diario o que, a veces, lo dejen a medias. Sin embargo, cada vez más, se observa como los creyentes descubren el papel de la Virgen junto a Jesús y se acogen a ella para conocer mejor al Señor.

En el Evangelio de hoy encontramos el relato de la Anunciación. En él se nos muestra el diálogo de la Virgen con el arcángel san Gabriel. Sin duda el texto es muy sugerente y apto para llevar a la contemplación. Pero más allá de lo descrito y que entendemos enseguida, deseamos bucear en el corazón de María para conocer la gran humildad y el gran amor que aflora en sus palabras. A esa profundidad ya no se accede por el simple estudio de los textos. Es imprescindible entrar en una sintonía más íntima que nos es accesible por la oración. En la contemplación van quedando impresas todas aquellas emociones y nosotros somos movidos a unos sentimientos semejantes. La oración del Rosario tiene esa virtualidad.

Pidámosle a María que nos ayude a conservar una imagen fiel de su Hijo, a conocerlo cada vez más profundamente para poder amarlo mejor. Que ella sea nuestra maestra y nuestra guía.