Ex 22, 20-26; Sal 17; 1Tes 1, 5c-10; Mt 22, 34-40

Es domingo, y todo es nuevo. «Cristo ha resucitado» se dice deprisa y se pronuncia despacio… Es octubre de 2008, y apenas ha comenzado a pronunciarse. Ha nacido en nosotros el hombre nuevo, suenan en la Iglesia, Pueblo Nuevo, las primeras notas de un canto nuevo, y una Nueva Alianza ha ocupado el lugar de la antigua, consumándola en la Cruz.

La Ley ha reventado. Hasta la última letra y la última tilde escritas en ella debían cumplirse, y en la Cruz se han cumplido con tal fuerza que la propia Ley no ha podido resistir su plenitud y ha saltado por los aires. Los profetas del Antiguo Testamento han enmudecido de gozo al ver cumplidas sus palabras en Jesús. Hoy, domingo, una Nueva Ley gobierna el Cosmos, y la Iglesia se llena con la voz de los nuevos profetas que alaban la gloria de Cristo.
«Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas»… También, también «estos dos mandamientos» han sido transfigurados, y hoy se pronuncian de un modo nuevo.

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser»…

Hoy, domingo, San Juan lo pronuncia así: «En esto consiste el Amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó» (1Jn 4, 10). Cansado de esperar al hombre, Dios ha dado el primer paso y ha llenado de su Amor la Tierra. Le es difícil al hombre amar cuando no se sabe amado. Lo he visto en los niños: esos hijos de familias rotas, esos pobrecitos que no son de papá ni de mamá porque son hijos del divorcio y del fin de semana no saben amar. Son egoístas, están hambrientos de protagonismo, sufren sin saberlo y hacen sufrir a sabiendas… ¡Pobres niños! ¡Qué pronto han aprendido que, para lanzarse a amar, hay que tener las espaldas bien cubiertas! Anunciádselo también a ellos: hoy, domingo, el propio Dios nos cubre las espaldas. Considerad el Amor de Dios, clavad los ojos en el Crucifijo y sentios amados hasta la extenuación por un Dios enamorado… Veréis qué pronto le entregáis el corazón, veréis qué pronto os roba las entrañas, veréis qué pronto amáis a Dios. ¡Lo difícil es no amarlo!

«Amarás a tu prójimo como a ti mismo»… Hoy, domingo, el propio Señor lo pronuncia así: «Que, como yo os he amado, así os améis también los unos a los otros» (Jn 13, 34). Mira de nuevo al Crucifijo: Jesús no te ha amado como se amaba a Sí mismo, sino que ha entregado su vida por ti. No intentes hacerlo solo: resbalarás.
Primero mira, mira hasta que se abrasen los ojos, contempla cómo has sido amado sin merecerlo. Y, ahora, movido por la gracia, sube tu vida a esa hoguera de la Cruz y deja que se consuma en favor de tus hermanos. Puedes hacerlo: también en este amor tienes las espaldas muy cubiertas.
Pregúntale a María, la Mujer Nueva, tu Madre y la mía: Ella te enseñará a amar y ser amado según este Amor nuevo.