El sábado pasado tuve una boda. No fue en el barracón (ignoro los motivos), y llegué a la otra parroquia una hora antes (la gente es poco comprensiva si el sacerdote que celebra la boda llega tarde, también ignoro los motivos). Había una boda antes y me quedé a rezar un rato, y así descubrí que la boda la celebraba un compañero de curso del seminario al que hacía años que no veía. Es un personaje buenísimo, bondadoso, simpático, un tanto pesado (la boda que yo celebraba empezó tarde) y tiene buena memoria. Sólo tiene un pequeño defecto para ser sacerdote: no cree en Dios. No me refiero a que no vista de sacerdote o celebre de manera excesivamente creativa. Simplemente no cree en Dios (es lo que llamamos vida), ni en Cristo que no existió, ni en el amor que es la máxima expresión de la evolución humana, exclusivamente. Por supuesto tampoco en la presencia de Cristo en la Eucaristía, ni en la Iglesia, ni …. en lo que quieras poner. Pero es un buen tío y un buen amigo, aunque no entiendo por qué se reviste y se pone detrás de un altar. Se ha puesto de moda el decir que la Iglesia es un obstáculo para descubrir el Evangelio; lo dice el párroco de San Carlos Borromeo de Madrid (también de mi edad), un ex-jesuita que quiere seguir siendo jesuita después de irse, un colectivo (ahora se llama así a la cuchipanda), por no condenar la homosexualidad, y el portero de mi casa que es muy protestón. Les encanta hablar de a Iglesia, pero dentro de ella, pues si no no les escucharía nadie.
«Que os suceda conforme a vuestra fe.» Los ciegos del Evangelio de hoy querían ver, no que todo el mundo se volviese ciego o desaparecieran los colores. En la Iglesia de hoy abundan los ciegos que no quieren ver, que siguen sentados al borde del camino y Jesús pasa una y otra vez para escuchar sus gemidos, pero se burlan de los que ven. No los juzgo, son fruto del seminario que vivimos hace unos años y de la situación de la Iglesia en estas décadas. Yo podría estar exactamente igual. Por eso estoy plenamente convencido de la misericordia de Dios. Nosotros podremos cerrar cien mil puertas, pero el Señor no se cansará de llamar a ver si alguien oye y le abre. “ Así dice a la casa de Jacob el Señor, que rescató a Abrahán: «Ya no se avergonzará Jacob, ya no se sonrojará su cara, pues, cuando vea mis acciones en medio de él, santificará mi nombre, santificará al Santo de Jacob y temerá al Dios de Israel. Los que habían perdido la cabeza comprenderán, y los que protestaban aprenderán la enseñanza”. Muchos han perdido la cabeza, pero pueden volver a encontrarla. Esas situaciones me llevan a rezar más para no apartarme de Él y que cada vez más gente sea capaz de volver.
Nunca jamás te compares con nadie, el amor que Dios te tiene es el que distingue. Nunca te burles de los ciegos pues un día puedes entrar entre ellos. Nunca te canses de rezar y no te escandalices, Dios ya cuenta con nuestro pecado.
Cuando la Virgen nos toma a todos como hijos no se queda sólo con los buenos, abraza a todos, hasta a aquellos que no quieren mirarla.