Is 7,10-14; Sal 23; Lc 1,26-38

¿Cómo una virgen que no ha conocido varón puede dar a luz un hijo? Isaías recrimina a la casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres, sino que incluso cansáis a Dios? Pues sabed que el Señor, por su cuenta, os dará a luz esta señal. Y a ese hijo le pone por nombre Dios-con-nosotros. No temas, María, Virgen, el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. La respuesta de María es tan absurda como emocionante: he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra. Y quien era Palabra se hizo carne de María, Virgen.

María se turbó. No era del grupo de los que, mirándose al espejo, se llaman mecachis-qué-guapo-que-guapa-soy; sabía de su pequeñez. Alégrate, llena de gracia, estas palabras dejan a María en el quicio de no entender nada de lo que está aconteciendo con ella. ¿Cómo es posible que el Señor se haya fijado en ella?, ¿que entre en los planes del Señor —sus designios, dice la oración colecta—, hechos desde antiguo para salvarnos, y que ahora con ella comienzan a convertirse en historia de carne? ¿Quién de los pequeños, de los humildes, de los que saben muy bien que no son nada, puede pensar en una cosa así? María se turbó.

Ya llega el Señor, él es el Rey de la gloria. ¿Dónde llega? En la pequeñez de una virgen, María, Virgen, desposada con José, que va a parir un hijo, como las mujeres suelen hacer con tanta frecuencia, en tantos lugares del mundo y en todas las épocas. Así pues, siempre algo grande y hermoso se nos da como regalo en todo parto. Regalo de Dios. Ahora lo comprendemos en toda su profundidad. ¿Dónde llega? En el hombre de manos inocentes y puro corazón, cantamos con el salmo.

En Nazaret, aldea perdida en una descolorida región del mundo, pero en la que vive el pueblo de la promesa y de la alianza, en donde los sencillos esperan la llegada del Mesías —el Cristo dirán luego en el griego del NT—, y lo esperan con la alegría de los humildes. No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios, le dice el ángel que viene de su parte. Concebirás en tu vientre. Como tantas mujeres. Darás a luz. Misterio de la acción de Dios. Tu hijo será Hijo de Dios. La creación, los ángeles, y el mismo Dios, esperan con impaciencia el sí de María.

María se ha transformado en templo de la divinidad. Nos ha abierto el camino para que también nosotros, siguiendo su ejemplo —¿será posible?, ¿de qué me hablas?, ¿lo dices en serio?, ¿no será una manera de hablar que deba ser desmitologizada?— nos convirtamos en templos del Espíritu, templos de carne, de vida palpitante, como la suya. Así pues, que sea en la carne es decisivo para nosotros, de modo que llegue hasta nuestra carne y que no sea todo un maravilloso cuento de hermosas pompas de jabón.

En el anuncio del ángel, la turbación de María y su respuesta, se juega nuestro futuro. El futuro de nuestro ser de carne salvada. Misterio de la encarnación de Jesucristo.

Realidad de carne: la Navidad se nos convierte en asunto carnal y bien carnal, no, claro, en amoscar los doblones de la faltriquera con el moquillo un poco suelto ante tantos anuncios.

Faltan cinco jornadas para que lleguen los días de la encarnación del Verbo.