El curso pasado estuve unos meses de capellán de hospitales, mientras veíamos cómo empezaba a funcionar la parroquia. Acercarse a las camas de los hospitales, especialmente de gente mayor, bastante deteriorada y de los cuales un tanto por ciento bastante elevado no salen de alta sino de baja, es una gran lección. Ver cómo se puede degradar un cuerpo (máxime cuando te cuentan sus batallitas de joven, gente recia y dura), y ahora postrados en una cama y enganchados a unos cuantos aparatos para poder respirar, te hace ganar mucho en humildad.
“Hermanos: Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberé a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenia que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.” Muchas veces son las familias de los enfermos los que temen que se acerque el sacerdote, pensando que el enfermo se va a asustar. Pero cuando saltas esa dificultad suelen encontrarte con que el enfermo te recibe con paz (casi siempre). Para mi es una demostración de la primera lectura de hoy. Desde la salud muchas veces juzgamos una vez más a Cristo, esperamos cosas de Él y queremos que se comporte como a nosotros nos gustaría, pero aún así Jesús sigue estando lejano. El enfermo o el moribundo descubre que Cristo se identifica con él: “Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella”. Jesús se acerca a los enfermos no sólo para curarles de sus dolencias (no es un médico) sino que asume en sí todas las dolencias físicas y morales del mundo, hasta las de la suegra de Pedro.
Cuando muchas veces nos acercamos a Cristo procuramos que no le duela. Muchas veces queremos acercarnos a Él como si fuésemos los perfectos, donde Cristo pueda descansar. Es un intento loable, pero inútil. No podremos librarnos de nuestras miserias y de nuestras enfermedades mientras no comprendamos que es Cristo quien carga con ellas. Entonces Jesús deja de convertirse en un personaje ante quien tenemos que mostrar nuestra mejor cara y nos mostramos como somos. Él no solamente nos comprende, sino que se com-padece de nosotros, padece lo mismo que nosotros, con nosotros, y carga con nuestros pecados y dolencias. Por eso en nuestra debilidad es más fácil encontrarse con Jesucristo, cuando no tenemos nada que ocultar ni que defender, simplemente podemos ofrecerle nuestra pobreza, nuestra debilidad.
Una de las mayores tragedias es haber perdido el sentido del pecado, el creemos eternamente sanos y pensar la cantidad de cosas que Dios nos tiene que agradecer. No le deseo a nadie la enfermedad pero si el dolor de los pecados, que nos de cierta vergüenza presentarnos ante Dios, pero al mirarle (medio de reojo), descubramos que ya tenía nuestros pecados en las manos, esperando simplemente que acojamos su misericordia.
En la Unción de Enfermos pedimos la salud, del alma y del cuerpo, y suele ser cuando sólo podemos ofrecer a Dios nuestra debilidad y, entonces, encontramos la fortaleza.
La Virgen ofreció la “humillación de su esclava”, ¿Qué más podemos ofrecer nosotros?.