Una buena noticia, ya está puesto el barracón grande. Ahora están arreglando el interior y, si Dios quiere, en este año paulino el día de la conversión de San Pablo celebraremos la primera Misa dentro, que seguro que se está mejor que en la calle. Todo llega y el templo definitivo también llegará algún día, en cuanto podamos pagar las obras. Tenemos que seguir pidiendo papeles y permisos, parece que las administraciones son insaciables devoradoras de instancias y anteproyectos. Papel tras papel se va haciendo un expediente que ocupa más que la propia construcción. Parece que siempre impera la desconfianza, el que se van a hacer mal las cosas y, cuanto más papeles piden más duros se ponen. Ya puedes hacer la mejor labor social del mundo, si falta un papel te amenazan con cerrarte. Esperemos que esto no nos pase a nosotros.
“En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: -«Si quieres, puedes limpiarme.»” Para acercarse a Dios no hacen falta instancias ni papeleos. No tenemos que acreditar nuestra condición de santidad ni pedir ninguna recomendación. Cuando la gente saldría huyendo ante la presencia de un leproso, Jesús se queda, le espera, le escucha y le sana. Puede parecer algo sencillo, pero Jesús también caería en impureza si tocaba al leproso. Lo más fácil (e incluso lo más recomendable según la moral del tiempo), era apartarse, dejarle a su suerte. Pero Cristo no actúa así. A pesar de todo tantas veces decimos que Dios está lejos.
“ Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo. Animaos, por el contrario, los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy», para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado. En efecto, somos partícipes de Cristo, si conservamos firme hasta el final la actitud del principio.” Los que nos alejamos de Dios somos nosotros, endurecidos por el pecado. Parece complicado, pero parece que nos “molesta” que Dios se haga tan cercano, que haga las cosas tan fáciles. Preferimos un Dios complicado, lleno de recovecos y vueltas, al que haya que elevar cien mil instancias para solicitarle su favor y que, al final, podamos gritar: ¡Lo he conseguido!; mientras que tendríamos que humillarnos diciendo ¡Todo es Gracia!.
“Cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones.” A pesar de la prohibición del Señor el ex-leproso no tiene reparos en anunciar a aquel que le ha dejado acercarse y le ha sanado. Cuando anunciamos nuestros méritos estamos anunciándonos a nosotros mismos, nuestros logros. Cuando anunciamos la misericordia de Dios es cuando realmente somos apóstoles. Nadie quiere seguirnos a nosotros, pobres pecadores, sino a Aquel que puede realmente limpiarnos, salvarnos y redimirnos. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido?
La Virgen, nuestra Madre, deja que el Señor se acerque a ella, que el Espíritu Santo la invada completamente y por eso puede cantar: “El Señor ha hecho obras grandes”. Por su intercesión vamos a pedir que no tengamos un corazón duro, incapaz de dejar que Dios nos posea plenamente y que realmente podamos vivir en Cristo.