Timoteo 1, 1-8; Sal 97; Mc 3, 22-30

«No tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre». Son palabras terribles. Probablemente no exista, en todo el Evangelio, una frase tan terminante y tan dura como ésta. Por eso nos interesa muchísimo saber en qué consiste esa blasfemia contra el Espíritu Santo, a la que Jesús liga, de manera inevitable, las penas eternas del Infierno.

Desde luego, no se trata de una frontera en la Misericordia de Dios. Esto supondría la negación misma de su divinidad. La Misericordia de Dios es infinita, y capaz de perdonar cualquier pecado, por grave que éste sea: «Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan».

Daré aún un paso más: las almas que estén en el Infierno, ¿pensáis que no han sido perdonadas por Dios? Dios las perdonó desde el mismo momento en que pecaron… Más aún: si nos atenemos a nuestra medida del tiempo, tendremos que decir que Dios las perdonó desde antes incluso de que ese pecado fuese cometido. Él ya sabía que iban a pecar, y desde toda la eternidad las perdonó con su infinita Misericordia. Si se condenaron, no fue porque encontrasen a un Dios colérico, incapaz de perdonarlas, que las arrojase al Infierno en un trueno de ira. Se condenaron porque no quisieron acercarse a ese Padre bueno que los habría recibido con un abrazo. Ésta es la blasfemia contra el Espíritu Santo: al rechazar el abrazo de Dios, con el que el Espíritu Divino limpia las almas y sana las culpas, ellos mismos se sumergían en las tinieblas de su pecado para siempre.

Una vez más, nos hallamos ante el misterio de la libertad humana. Todo el poder que Dios tiene para perdonar cualquier pecado queda en nada cuando un alma se niega a acudir al sacramento del Perdón. Cuando esto sucede, ese alma decide quedarse a solas con sus pecados y con ese dios, criatura suya, con quien se confiesa -dice- «directamente». Un dios que es criatura del hombre no puede dar al hombre vida eterna.

No hablar de Dios a quienes viven sin Dios es un acto de crueldad terrible. Pero el anuncio que esas personas necesitan no es el de su condena; de algún modo, ésa ya la conocen, porque la están padeciendo en vida. El anuncio urgente que necesitan quienes viven sin Dios es el del perdón de sus pecados: es necesario que sepan que su Creador los ama y los ha perdonado, y que tienen a su alcance, en el sacramento de la Penitencia, la redención de todas sus culpas. A quienes viven sin Dios hay que darles una buena noticia, y si no se la damos los cristianos no se la dará nadie más. Una vez proclamado el anuncio, la respuesta dependerá sólo de ellos.

Que la Virgen María, Esposa del Espíritu Santo, nos ayude y nos enseñe a recibir al Paráclito cuando llama a las puertas de las almas para perdonar las culpas y habitar en ellas. Amén.