Heb 12,18-19.21-24; Sal 47; Mc 6,7-13

Monte Sinaí. Monte Sión. Dos alianzas. Dos cultos. Dos mediadores, Dos sacerdocios. Hb 12, 18-29 —no lo hemos leído entero— es retórico, denso, y denota un perfil histórico y apocalíptico del culto cristiano (Marcheselli-Casale). Léase en alta voz, en un clima litúrgico, como hacían entonces. No nos acercamos a voz o fuego alguno, sino a la morada de Dios: monte Sión, ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celeste. ¿Dualismo, pues, en el que vive la asamblea cristiana? Esta ciudad está aquí, entre nosotros. Gá 4,24-26 y Ap 3,12 y 21,23, hablan también de una Jerusalén, ciudad nueva, que desciende del cielo donde los cristianos permanecen con Dios. ¿Tentativa de evadirse de la realidad? El autor pide a la comunidad que resista, decidida y fiel, en la situación concreta en la que se halla. La alianza y el culto nuevo no son una experiencia lejana, sino el acercamiento al Dios viviente, en el seguimiento del Hijo y en plena comunión con Dios.

La sangre de Jesús es más elocuente que la de Abel porque la sangre de Abel pidió la muerte de su hermano fratricida, mientras que la sangre del Señor imploró la vida para quienes le perseguían (san Gregorio Magno, en Manuel Iglesias).
Trasponemos el salmo a la nueva ciudad, al nuevo templo. La Iglesia es la nueva ciudad que desciende del cielo; su liturgia es desde ahora celeste. Un templo, nuestra propia carne, transida por el Espíritu de Jesús, el Espíritu de Dios. Lo que habíamos oído, lo que se nos había prometido, ahora lo vemos en nosotros.

Comienza la tercera sección del evangelio de san Marcos (6,6b-8,30). Y empieza, como las dos primeras, con la presencia de los discípulos. Ahora no son llamados, sino enviados en la misión de los Doce. Esta sección se tejerá con tres motivos: el alimento, especialmente el pan; la comprensión y la incomprensión; la barca y sus desplazamientos. El narrador, en las dos primeras secciones, provocaba la simpatía del lector hacia los discípulos; en la tercera, se subraya su ceguera. Esto crea malestar en el lector, quien ya no puede reconocerse, sin más, en ellos. Algo pasa. Quizá es la manera que el narrador tiene de incitar al lector a un mejor reconocimiento de la identidad de Jesús, puesto que, al menos en teoría, desde el comienzo él sabe más que los discípulos. Aunque todavía no pueda responder. Le va dando informaciones que restan enigmáticas. El narrador juega con un cierto suspense.

Envío en misión. Mas no encontramos ninguna localización espacial ni temporal. Sólo importa la propia misión. Jesús les envía dándoles poder sobre los demonios. De dos en dos (11,1 y 14,13). La práctica era conocida por la Iglesia primitiva (Hch 8,14; 13,2-3; 15,27). Carácter no individual de la misión. La misión, en correspondencia con el don que les da, queda concentrada en la lucha con las fuerzas del mal. Lógico, pues este combate es central en la actividad de Jesús según Marcos, en paralelo con el anuncio de la venida del Reino de Dios.

¿Con qué logística? Nada que prever, sino bastón, sandalias y una túnica. Pondrán su confianza sólo en aquél que les envía. Pobreza absoluta. Desnudamiento tajante y espectacular: sólo importa el Reino, objeto de su predicación. ¿Alguna estrategia misionera? Permaneced donde os acojan. ¿Perspectiva pesimista? Ruptura con quienes no les admitan; mas quiebra que tendrá consecuencias. ¿Éxito? Expulsión de demonios. Los misioneros no toman un camino de gloria. El narrador continúa impertérrito sin decirnos nada de contenidos (siempre, Camille Focant).