Gé 1,1-19; Sal 103; Mc 6,53-56

En la primera lectura de esta semana vamos a rumiar algunas de las páginas más hermosas de todo el AT, Gé 1-3. Las tomaremos como lo que son cuando las encontramos en la Biblia, una unidad; invito a leer estas páginas de ahora también como lo que son, una unidad. Si hubiera que ponerles un título sería este: ¿Hombre, dónde estás? ¿Hombre, quién eres? Encontramos en ella que Adán —debería traducirse como ‘el hombre’—, más que uno de nuestros viejos ancestros, es el hombre por excelencia; tal es el verdadero protagonistas de los tres primeros capítulos del Génesis, donde se buscan respuestas a las cuestiones esenciales del hombre.

Nos encontramos en el terreno del mito de los comienzos —como se daba, desde mucho antes, en el poema de Gilgamesh—, pero ¿no son ellos grandes manifestaciones de la cultura humana, y mucho más aún, las primeras grandes teologías? Para nuestros padres, modo de hablar de un gran misterio; algo que no puede ser tratado con el lenguaje de todos los días. La Biblia nos enseña a estar atento a los grandes mitos de nuestro tiempo, como ella lo estuvo. Es esta una manera de hablar que no cierra la puerta a la historia de Abraham, sino que la cimenta y posibilita. Va a haber un cambio esencial en el tratamiento del mito por la Biblia. Los dioses estaban fuera del tiempo y de la historia. Ahora no, al hombre se le pide despojarse de su seguridad y aceptar un futuro impredecible (Ignacio Carbajosa sobre Abraham, pero ya eso mismo puede decirse de quien no es otra cosa que su padre, Adán), porque los once primeros capítulos del Génesis son la manera de entender en su seriedad cósmica y antropológica la alianza de Dios con Abraham.

Estamos en el terreno de la historia, no en el de una historiografía de los “hechos”, como lo han entendido demasiados desde el siglo XIX. La historia nunca puede ser reducida a mera historiografía. Muchos rechazan entre risas estas páginas como puras mitologías. Otros las toman como seria historiografía: manual de cosmología, biología y zoología a enseñar en las escuelas, y no la evolución darwiniana. Ambas posturas son por completo inaceptables. El papel de la historia es otro. Estas páginas son una gran meditación referente el hombre histórico, tal como siempre entra en escena sobre la faz de la tierra. Un punto de partida; un reflector que, iluminándonos, explica todo lo que sigue.

Páginas sapienciales que se preguntan: ¿tenemos una dirección en la vida?, ¿cómo somos en el hondón de nosotros mismos?, ¿qué sentido tiene el mundo?, ¿por qué el vestido o la fatiga del trabajo o el dolor del parto o la violencia sexual o la hostilidad del hombre con el hombre? ¿Qué sentido tiene el matrimonio? ¿Por qué vemos a Dios como lejano?

Estas páginas, bellísimas desde el punto de vista literario, vienen trenzadas por dos tradiciones distintas; dos retratos de una misma persona. La primera y más antigua, aparece en segundo lugar, es la que llaman tradición yavista, que traza una figura monumental del hombre, en su potencialidad (cap. 2) y en su miseria (cap. 3). La segunda, la tradición sacerdotal, más moderna, una vez aparecido el hombre, se pregunta por el cosmos; quiere ver de nuevo, lleno de optimismo, todas las maravillas antecedentes (1-2,4a).

Así pues, sabiduría, mito, historia, literatura nos muestran la búsqueda del ser del hombre y, también, el misterio de la revelación de Dios (Gian Franco Ravasi).