Gé 2,18-25; Sal 127; Mc 7,24-30

Ah, pero el hombre, de pronto, se descubre infeliz. No tiene a nadie de frente. Significativa consideración sobre el hombre científico, inteligente, con sensibilidad, con conocimiento. El hombre técnico, trabajador, tiene ante sí todas las cosas del mundo, mas no tiene la ayuda que está frente a sí. No tiene enfrente otros dos ojos semejantes a los suyos.

El hombre y la mujer. Dios y el mundo no bastan al hombre. Un hombre sólo religioso o sólo técnico no está aún completado. Entramos en la parte más bella, más dulce de este gran canto. El primer canto de amor de la humanidad. Aún en el momento más dramático, cuando todo cae y se termina, siempre habrá dos personas enamoradas que se dan la mano. El autor yavista de estas páginas tiene delante de sí a toda la humanidad, expresada en esta primera pareja; está considerando el ciclo continuo del hombre, padres e hijos que viven de modo tenaz la experiencia del amor.

Hombre y mujer por entero iguales. Carne: fragilidad, flaqueza. Huesos: consistencia. Misteriosa mezcolanza. Esta carne y estos huesos pasan de uno al otro: la costilla es el puente de comunicación. Conexión profunda entre ambos; tienen la misma materia, la misma urdimbre. Un sueño: ocasión bíblica de una revelación. Ahora ya tiene frente a sí dos ojos iguales a los suyos. ¿Cómo la llamará? Eva, es decir, la viviente. Hombre y mujer son siempre la misma realidad: serán una sola carne. Unidos en el acto sexual que, cuando nace verdaderamente del amor, es el ayuntamiento total de dos seres. Fusión íntima de sus dolores y de sus alegrías.

Esta es la gran victoria sobre la enfermedad última que lleva el hombre cabe sí. ¿Cuál? El sufrimiento de la soledad y de la insatisfacción. El hombre que no tiene amor aunque posea todas las cosas de este mundo, que trabaja de la mañana a la tarde, no tiene todavía la ayuda que le es semejante. Y si continúa siendo verdaderamente hombre, por no haberse aún convertido en bestia, estará necesariamente triste. Sólo cuando el hombre ha encontrado a la otra persona, cuando tiene diálogo íntimo, finaliza su tragedia, la magna dolencia de la soledad. La gran maldición está en todas las veces que el hombre está encerrado en la prisión de su soledad.

El hombre y la mujer que se aman son una sola carne porque tienen en lo interno un profundo y misterioso diálogo. ¿Cuál es esa única carne? El niño que nace de las dos carnes unidas en íntimo ayuntamiento, pues se han encontrado en el amor, y la nueva criatura amorosa que continuará la historia de la humanidad no es ni de una ni de la otra, sino una carne única que participa de las dos y en la que se expresan sus progenitores en un nuevo ser igual a ellos mismos. Así, el hombre se ha realizado (Gian Franco Ravasi).

Todos participamos de esta maravillosa aventura del amor. Somos hijos de un ayuntamiento de amor —¡que horrible infelicidad quien no lo es!—, que nos da a la vez nuestro ser igual y nuestro ser distinto. Recibimos como primicia de novedad todo lo que somos, pero lo recibimos para ser distintos, para ser otro, para pergeñar la absoluta novedad creativa de un ser propio. Las páginas que llevamos leídas del libro del Génesis nos hacen ver lo que somos en la hondura misma de nuestro ser. Pero, ay, no todo termina aquí. En el cap. 3 todo esto se tambaleará.