Si 1,1-10; Sal 92, 1-2.5; Marcos 9,14-29

En el Evangelio de hoy nos encontramos con un milagro de Jesús explicado con mucho detalle. De hecho nos podemos fijar en muchos aspectos. Hay un hijo enfermo y una discusión en torno a él. Se nos dice que los discípulos no han sido capaces de expulsar al espíritu que lo posee y ello ha dado lugar a la discusión. Al final del relato se nos explica por qué la acción de los discípulos no ha resultado eficaz: “Esta especie sólo puede salir con oración”.

En esas palabras de Jesús se nos recuerda lo que siempre podemos hacer. Muchas veces experimentamos la impotencia, y no sólo para curar enfermedades o solucionar gravísimos problemas, sino también para consolar al que está triste, dar un buen consejo o, simplemente, saber cómo actuar. Siempre podemos orar. Al hacerlo reconocemos nuestra impotencia y, al mismo tiempo, que hay Alguien que sí que tiene poder para solucionar cualquier problema. A la oración pedida por Jesús se opone la discusión que mantienen los fariseos con la multitud. En una discusión muchas veces no se busca la verdad sino salir victorioso (que nos den la razón), en la oración, en cambio, esperamos la acción de Dios, su respuesta que siempre será consoladora.

Por otra parte, Jesús pregunta al padre que cuanto tiempo lleva su hijo así. En esa pregunta late, para nosotros, una invitación a no dejar que los problemas se compliquen. En la vida espiritual hay que ser tajante. Cuando cometemos algún pecado o detectamos algo que no va bien, es importante intentar poner remedio cuanto antes. Es importante saber pedir ayuda (a Dios, a un sacerdote, a los amigos…). Los males crecen y cada vez se hace más difícil afrontarlos. En el diálogo que el Señor mantiene con el padre notamos una llamada de atención que culmina con la pregunta de si tiene fe. La respuesta que da el padre resulta conmovedora: “Tengo fe, pero dudo, ayúdame”.

Jesús, a través del diálogo ha conducido al hombre al núcleo del problema. No sólo está la enfermedad del hijo, sino que también nos encontramos con una fe endeble. Por eso el Señor les mueve para, aprovechando la situación, incrementar la fe. Esa fe pequeña, llena de dudad, es el punto de apoyo para pedir una confianza mayor. Al Señor le basta esa expresión, en la que se combina el reconocimiento de la pequeñez y la angustia, para obrar el milagro.

Finalmente, al ser curado, el niño quedó como muerto. Es el mismo Jesús quien le ayuda a levantarse. Vemos así que no sólo Jesucristo es el único que puede cambiar nuestra vida o perdonarnos los pecados, sino que también es Él quien nos devuelve a nuestra dignidad. Por eso ayuda al niño a ponerse en pie. Su vida ya no va a estar dominada por el espíritu que lo atormentaba. Ahora el puede caminar gracias a la curación obrada por el Señor.