Ya escribo desde el nuevo barracón (perdón, la estructura modular), desde el despacho veo el Sagrario y los 32 bancos que, gracias a Dios, ya se han quedado escasos. Tenemos un techo que nos cobije y paredes e incluso un despacho que parece de un ejecutivo. Lo único que perturba la paz para escribir este comentario es el run-run del generador de electricidad que tengo al lado de la ventana. Aún no tenemos luz ni agua y hay que sacra ese cacharro cada día, llenarlo de gasolina y tirar de la cuerda para que arranque y tener electricidad. No llega para poner la calefacción, pero se ve algo. Es cierto que, al principio, le faltaba un filtro y cuando arrancaba la primera vez no arrancaba a la segunda y volvíamos a celebrar a la luz de las velas. Ahora, o estamos pendientes o se acaba la gasolina a mitad de la celebración y nos quedamos a oscuras, las luces de emergencia van abandonándonos a los pocos minutos. Pero cuando no falla nada estamos acompañados por le simpático run-run y una caja de aspirinas para el dolor de cabeza. Al menos el run.run indica que hay luz.
“En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás.” San Marcos no nos detalla las tentaciones, es el más escueto de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas). Pero Jesús se dejó tentar.
En ocasiones me ocurre, y por mi pequeña experiencia de confesor creo que a muchos, que confundimos la tentación con el pecado, o, mejor dicho, con cierta imperfección. Incluso le pedimos a Dios que aleje de nosotros las tentaciones, como si el buen cristiano fuese aquel que vuela por encima de las pasiones y los estados de ánimo como un angelillo adorable. Sin embargo el Señor se dejó tentar y en el padrenuestro no pedimos que no tengamos tentaciones, sino que no caigamos en ellas. Las tentaciones en sí no son malas, son fruto de la concupiscencia y del pecado original. Son como el run-run del generador, nos recuerdan que hay luz. Molestan, pero son aguantables. El estado de perfección no es tener tentaciones, sino mirarlas desde arriba, des-apreciarlas pues sabemos que tenemos un bien mayor.
Cuando las tentaciones llegan solemos verlas venir, no suelen ser demasiado sibilinas ni pertenecen a la CIA. Las conocemos bien, son compañeras nuestras desde que tenemos uso de razón. Sin embargo tienen la capacidad de sorprendernos, de hacernos ver que somos importantes pues son nuestras. Además tenemos la tendencia de la lucha cuerpo a cuerpo. Nos empeñamos en vencerlas, en derribarlas de su falso trono y ofrecerle nuestro triunfo a Dios, para que vea lo majos que somos. Y se nos olvida que “Sin Él no podemos hacer nada”. Si no fuese por la redención seríamos los eternos vencidos, los siempre derrotados, los permanentemente humillados. Para vencer las tentaciones hay que recurrir a Aquel que ya ha vencido al mundo, a Jesucristo. Ante la tentación rezar más (no intentar rechazar la tentación para poder rezar), mortificarnos más, vivir más la caridad. Y cuando nos derroten, a levantarnos y a volver a empezar, una buena confesión y adelante.
Nuestra Madre la Virgen no tuvo esos problemas, las tentaciones las veía tan de lejos como lejanas vemos las estrellas y, por supuesto, ni las vería cuando mantenía al Sol en sus brazos. Pidámosle a ella que nos ayude a no caer y, por cada tentación, un mayor acto de amor.