Ya que tenemos casi todas las comodidades que puede haber en una parroquia (que tampoco tiene que haber demasiadas), hay que ponerse a pensar en construir el templo definitivo. Eso de que lo provisional se queda como definitivo no puede ser. Así que ya tenemos el proyecto básico, la junta parroquial está formada y reunida y sólo falta buscar dinero. En este mundo como no vayas con un cheque (con fondos), en la boca nadie te hace ni caso. En el término parroquial hay 14 grandes empresas con presupuestos con los que construirían todas las parroquias que faltan en Madrid y en media España. Así que, animados por una de estas empresas, las convocamos a un “Comité de patrocinadores” a ver qué se podía hacer. Sólo asistió la empresa convocante y otra mandó un representante a enterarse de qué era eso. De las otras doce sólo tres han contestado, las otras han dado la callada por respuesta. Ayer me llegó una carta de una de las empresas más grandes de España, que también tiene aquí su sede y siente comunicarnos que no será posible atender nuestra solicitud pues dentro de su estrategia de patrocinios no creen que la parroquia “optimice la rentabilidad de la inversión” dentro del “detallado análisis del retorno que las acciones de colaboración generan para la compañía y para la sociedad”. Da gusto que te digan que no con tanta literatura, aunque seguiremos intentándolo. Lo que no he acabado de entender es lo “optimizar” y lo del “retorno”. Yo pensaba que cuando se hacía el bien se hacía sin esperar nada a cambio, pero se ve que estaba equivocado.
«Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda.» Hay que aprender a obrar el bien. Cuando el bien no es gratuito (en el sentido pleno, no sólo económico de la palabra gratuito), puede dejar de ser un bien. Estoy convencido que los escribas y los fariseos no intentaban hacer el mal, incluso sus ideas era buenas: “ haced y cumplid lo que os digan”, pero se habían olvidado de la gratuidad. Esperaban reverencias, admiración, agasajos y lisonjas, y por eso perdían autenticidad, sus palabras se quedaban huecas.
En este camino de la cuaresma nos dirigimos hacia el Calvario, la muestra absoluta de la gratuidad de Dios, y hacia la resurrección, el mayor regalo que Dios nos hace (“Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe”). Mirando a Jesús es como aprendemos a hacer el bien. Jesús no hace el bien “a los suyos” ni redime a los que ya son justos. Da la vida voluntariamente por los que le rechazan, por los que le insultan, olvidan, escupen, le traicionan y le abofetean, por ti y por mí. Aprender a hacer el bien es mirar al otro con los ojos de Cristo, que no espera nada de nosotros y “ aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana”. En el bien no hay más maestro, padre y consejero que el Señor. Gracias a Dios en la Iglesia hay muchísimos ejemplos de este buen hacer de Cristo. La prensa y los enemigos de la Iglesia sacarán a relucir los pecados, pero sigue habiendo mucho, muchísimo bien sin buscar el retorno de las inversiones u optimizar los recursos.
La Virgen nuestra Madre es una alumna aventajada en la escuela del bien hacer. A ella, abogada nuestra, mediadora de la gracia, auxilio de los pecadores y refugio de los débiles le pedimos que interceda ante el Espíritu Santo por nosotros para que aprendamos a obrar el bien.