Dos noticias en dos periódicos de ayer: 1.- “El Gobierno fomentará con una ley los hábitos sanos”, 2-. “El Congreso decide hoy si tramita despenalizar la eutanasia”. Morirse (o que te mueran), debe ser un hábito sanísimo, lo vamos a practicar todos. Mientras escribo este comentario me llega un correo con un chiste que no me resisto a poner: “Anoche mamá y yo estábamos sentados en la sala hablando de las muchas cosas de la vida… entre otras… estábamos hablando del tema de vivir/morir. Le dije: ‘Mamá, nunca me dejes vivir en estado vegetativo, dependiendo de máquinas y líquidos de una botella. Si me ves en ese estado, desenchufa los artefactos que me mantienen vivo. PREFIERO MORIR’. ¡¡Entonces, mi mamá se levantó con una cara de admiración… Y me desenchufó el televisor, el DVD, la TV por cable, Internet, el PC , el mp3/4, la Play-2 , la PSP, la WII, el teléfono fijo, me quitó el móvil, el ipod, el Blackberry y me tiró todas las cervezas!!! …¡¡¡¡CASI ME MUERO!!!!” Un chiste, pero real como la vida misma. Se habla de muchas cosa, desde lejos; cosas que no nos afectan y opinamos todos, damos nuestra valoración y nos creemos dueños y señores de la situación. Está muy bien hasta que es tu padre el que se muere, tu hermano el que ha tenido un accidente, tu mujer la que tiene un cáncer, tu hijo el que tiene una infección vírica. Entonces exigimos a los médicos que los curen y a Dios que haga un milagro.
“Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?» Contestaron: «Lo somos.»” Y fueron capaces, no por sus ideas preconcebidas ni por su fuerza de voluntad, fueron capaces de beber ese cáliz sólo después de la resurrección de Cristo y de recibir el don del Espíritu Santo. La vida sólo se valora en su profundidad cuando deja de ser tuya, cuando te das cuenta que es un regalo, un don que has recibido y que, por lo tanto, no es una realización personal sino que Dios va haciendo en ti. Cuando la vida es sólo tuya puede pasar que no llegues a cumplir todos tus propósitos y se te haga muy corta aunque cumplas los ciento quince años, o no tengas ninguna ilusión y se te haga demasiado larga a los treinta y cinco. Cuando te das cuenta que tu vida es un don, que cada instante que tienes es irrepetible, que cada encuentro con otro es una gracia y cada minuto es un regalo, entonces la vida dura lo que tiene que durar. Cuando llegue la muerte podremos decir: “entrego lo que recibí” y podremos irnos tan a gusto. Lo que no esté hecho será porque ya lo hará otro, lo que hayamos hecho ya lo recogerá otro, pero todo irá al Señor, de donde salió.
Jeremías lo pasó fatal, todo el día maquinaban contra el e intentaban quitarle la vida por hacer lo que Dios le pedía. Pero Jeremías no conocía a Cristo, no esperaba la resurrección. Dar la vida era un atentado, después de Cristo dar la vida es una gracia. Pero es distinto dar la vida que te la quiten. De in enfermo terminal, de una persona en coma pensamos que no puede dar nada, pero puede recibir y, cuidando al enfermo, estamos dando amor al mismo Cristo sufriente. Tristemente en esta sociedad sufrimos más si nos quedamos un día sin electricidad en casa que si desenchufan a nuestra tía abuela Raimunda del aparato que le permite respirar. «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.» Dar la vida también es ser capaz de recibir amor y dejarse cuidar.
La Virgen de los Dolores tiene el corazón traspasado por siete espadas, ella es la paciente que nos espera y nos acompaña cuando somos útiles o, como casi siempre, inútiles. Enganchados a la Wii o al corazón artificial ella es madre.