Hoy es el día del trabajo y curiosamente trabaja poca gente. Es como celebrar el día del chuletón de Ávila comiendo brócoli. Pero es el día de los sindicatos, saldrán a la calle a no pedir nada, que ahora no conviene. En Méjico espero que se queden en casa (hay que seguir pidiendo por la salud de todos), y en otros sitios sería mejor que se quedasen. Cuando se celebran cosas sin fundamento suelen ir degenerando y, al final, hasta los organizadores no saben muy bien qué organizan.
La liturgia nos presenta la memoria de San José obrero, aunque Voy a intentar referirme a ambas. “En aquellos días, Saulo seguía echando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor. (…) En el viaje, cerca ya de Damasco, de repente, una luz celeste lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía: – «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»” En este año paulino viene bien empezar por la conversión de San Pablo. Una de las cosas que más llama la atención (según cómo se lea), es que Jesús llame por su nombre al que se consideraba su enemigo. Dios es el que toma la iniciativa, a pesar de Saulo. En nuestra vida podemos tener muchas iniciativas, ideas o proyectos, pero o descubrimos lo que Dios quiere de nosotros o serán proyectos inútiles o infecundos. Jesús nos llama por nuestro nombre y, no dudes, puede cambiar hasta el corazón más complicado. San Pablo se entregaba a lo que hacía, aunque fuese el mal, “Lo que hacéis hacedlo con todo el alma, como para servir al Señor y no a los hombres.” Hoy el mundo necesita hombres y mujeres entregados. Muchas veces parece que sólo los malos son trabajadores, los demás “hacemos cosas”. Pero el Señor necesita trabajadores para su mies, no mucha gente zanganeando alrededor. Tristemente muchos separan su trabajo de su fe (véase a tantos políticos), y no nos damos cuenta que trabajar es la manera de poner piernas a la fe que profesamos. El Señor nos llama a ser hijos de Dios en nuestro trabajo, a dar testimonio allí del Evangelio y no predicando desde la mesa o haciendo fotocopias para la parroquia. El trabajo honrado y bien hecho suele ser la mejor predicación del cristiano. El Señor te llama a ti, por tu nombre, para que veas cómo puedes predicar el Evangelio en tu trabajo. Al “hijo del artesano” le llamarían así por lo bien que trabajó José y lo bien que trabajó el hijo.
“Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.” La Eucaristía no es algo ajeno al trabajo, hace que nuestro trabajo sea el de Cristo. Cada día entres semana celebro Misa en una empresa y para algunos les crea escándalo. Si cada uno que asiste a Misa (acortando el tiempo para comer), se fuese a trabajar pensando que sigue trabajando como Jesús trabajaba, esa empresa tendría aún más beneficios.
Hoy ¿quién trabaja?, trabaja el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Jamas dejan de trabajar en nuestra vida, de llamarnos por nuestro nombre, de esperarnos en la Eucaristía, de derrochar su misericordia con nosotros, de darnos la gracia para que cada cosa que hagamos sea nueva.
La Virgen nos ayude a hacer de nuestro trabajo un medio de santificación, de acercarnos a Dios, de anunciar su nombre. Ella también trabaja hoy.