Hch 18, 1-8; Salm 97, 1-4; Juan 16, 16-20

La primera lectura narra el encuentro de Pablo con Aquila y Priscila. Tuvo lugar en la ciudad de Corinto. Este matrimonio, que había huido de Roma, colaborará intensamente con Pablo en la predicación del Evangelio. Este primer hecho ya nos invita a pensar en la importancia de conocer y trabar relación con otros cristianos, aunque nuestros orígenes sean muy diferentes. Con ellos vivía y trabajaba. Más adelante encontraremos a ese matrimonio en otros menesteres apostólicos. Pero es bueno darse cuenta de que la relación entre ellos era intensa.

Pablo trabaja y parece que, cuando llegan Silas y Timoteo, sus colaboradores, puede disponer de más tiempo libre y se dedica con más intensidad al apostolado. Sea lo que fuere lo que vemos es que la presencia de sus amigos le resulta de ayuda para la misión. No debemos despreciar este hecho. He conocido a varios obispos que, durante sus vacaciones, visitan a los misioneros de sus diócesis. Y también algunos misioneros me han contado el bien que les hacen esas visitas al sentirse apoyados por su pastor. Siempre hemos de sentirnos unidos a toda la Iglesia, ver como ella nos sostiene y aprovechar el gran don de la amistad con la gente buena. Ello nos robustece la fe, nos educa, y nos da mayor fuerza para el apostolado.

Podemos pensar que al encontrar dificultades, como la oposición de algunos judíos de que habla el Evangelio, Pablo sufriría. Incluso es posible que experimentara el desánimo. El hecho de que Jesús se le manifieste y le diga “No tengas miedo, sigue hablando y no calles, que yo estoy contigo”, nos lleva a pensar que el apóstol debió pasarlo muy mal. Antes de que le llegara el consuelo espiritual, y aún después, encontraría también el apoyo de Aquila, de Priscila, de Silas, de Timoteo y de otros cristianos.

En el Evangelio Jesús nos habla de tristeza y de alegría. Están tristes los apóstoles porque el Señor se va. Su partida va acompañada de una cierta alegría del mundo, que se gloría en sus pecados contento por tener lejos a Dios. Pero cuando los apóstoles reciban el Espíritu Santo sentirán una alegría incomparable que no podrían encontrar en ningún bien de este mundo.

Lo que Jesús señala respecto de su partida lo podemos aplicar a muchos momentos de nuestra vida. No son pocas las ocasiones en que el mundo, aparentemente, ha triunfado sobre los cristianos y se ha alegrado por ello. Sin embargo, nosotros tenemos la certeza de que Jesús ha vencido y nuestra alegría está más allá de las contrariedades de un momento, por grandes que sean. Hay que recordar estas palabras del Señor para que el abatimiento nunca pueda con nosotros. Que el Señor nos conceda la alegría del Espíritu Santo.