Hch 1, 1-11; Sal 46, 2-9; Ef 1, 17-23; Marcos 16, 15-20

La Ascensión del Señor a los cielos es una fiesta que, generalmente, no produce especial impacto en nosotros. Sin embargo, es de una importancia decisiva. Jesús ha vencido la muerte y el pecado con su resurrección. En esta fiesta se nos muestra su plena glorificación. San Pablo lo expresa indicando “sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido”. El Apóstol nos indica como Jesús, con su humanidad, está por encima de todos los órdenes angélicos, a la derecha del Padre. Es como su entronización. Una fiesta en la que la humanidad escala hasta lo más alto. Por ello exclama san León Magno: “su ascensión al cielo nos da la ocasión de regocijarnos, porque conmemoramos y veneramos este gran día en que nuestra pobre naturaleza, en la persona de Cristo, ha sido elevada por encima de toda la armada del cielo, más alto que todos los coros de ángeles, más alto que todas las potencias del cielo, hasta sentarse junto a Dios Padre.”

Dice San Juan Crisóstomo: “Dios y los hombres han llegado a ser una sola raza. (…) Nosotros somos de su parentela por la carne que Él ha asumido. Gracias a Él tenemos una garantía en el cielo: la carne que ha tomado de nosotros, y aquí abajo: el Espíritu Santo que permanece en nosotros”.

Pero esa subida al cielo de Nuestro Señor, es primicia. La Ascensión no nos conduce a la ociosidad sino al trabajo. El mismo Jesús, antes de elevarse, indica todo el plan de acción. Este será realizado por la Iglesia. Tiene la garantía de que Jesús ha recibido todo el poder. Este poder es comunicado a la Iglesia en su acción apostólica. A través de la humanidad de Jesús cielo y tierra permanecen unidos. Él tiene nuestra carne y nos da su Espíritu. Esa unidad del Señor con su Iglesia, como se nos indica, dura hasta el fin de los tiempos. En el plan que Jesús establece se señalan tres puntos importantes: la enseñanza de la doctrina, la comunicación de la vida divina mediante la administración de los sacramentos y la guarda de los mandamientos, principalmente mediante la vivencia de la caridad.

No sólo la doctrina es celeste, sino que la vida que se da es la misma de Dios y el obrar que se propone al hombre es propio del Corazón de Jesús. Esta propuesta de Jesús a su Iglesia sería de imposible cumplimiento si Él no permaneciera unido. Con su Ascensión ha quedado totalmente restablecido el puente que une al hombre con Dios. Al mismo tiempo, con la presencia de su carne en el cielo, se establece un cauce de comunicación ininterrumpida de gracia para los hombres.

La fiesta de la plena glorificación del Señor, es también la de nuestra esperanza. Nos es dado contemplar la altura hasta la que puede llegar nuestra humanidad. La restauración de Israel, sobre la que preguntan los apóstoles a Jesús en la primera lectura, no se realiza en ese momento. Su cumplimiento va unido a la misión histórica de la Iglesia, que prolonga en el tiempo la acción salvadora de Jesucristo.