El otro día nos contaron un chiste que de tonto te hace gracia. Dice así: Tal vez el Señor nos pregunte un día a nosotros: ¿Cómo es posible que después de taitantos años de vida todavía no seas santo? Y tal vez le respondamos: “Verá señoría, lo fui dejando, lo fui dejando…” La obra de nuestra santificación, lo único realmente importante en nuestra vida, no podemos aplazarla más. Hoy es Pentecostés, hoy el Espíritu Santo vendrá a nuestras vidas como cada día, nos hará que vivamos por Cristo y en Cristo, pero tal vez lo dejemos pasar una vez más.
“Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.” A veces pensamos que ser santo significa hacer muchas cosas, prepararnos muy bien para recibir al Espíritu Santo. Y sin embargo el Espíritu de Dios viene cuando menos lo esperas, cuando estás con las puertas cerradas por miedo a los judíos, cuando te pesa tu pecado o tus debilidades, cuando piensas que ya no puedes más o te sientes más lejos de Dios. Entonces, de pronto, dices con los labios y con el corazón: “Jesús es el Señor” o musitas un padrenuestro. Eso no es labor tuya, no es que hayas alcanzado un grado de perfección, sino que el Espíritu Santo está trabajando en ti. Simplemente con no ponerle obstáculos el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. Podemos sentirnos indignos, débiles o pequeños, perfecto, ese es el primer paso para dejar actuar al Espíritu Santo.
Entonces verás al que es “don en sus dones espléndido” y recibirás sus siete dones la sabiduría, el entendimiento, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios; y gozarás de sus frutos la caridad, el gozo, la paz, la paciencia, la longanimidad, la bondad, la benignidad, la mansedumbre, la fidelidad, la modestia, la continencia y la castidad. Ya sé que a veces nos sienta un poco mal que todo esto no sea fruto de nuestro esfuerzo, nuestro logro personal, nuestra batalla ganada: ¡Ya he llegado a ser casto, fiel, bueno,…! No, no es logro nuestro, es un don y como don hay que pedirlo y acogerlo. Dejar trabajar al Espíritu Santo en nuestra vida implica lo que decía Juan Pablo II :”Abrir de par en par las puertas a Cristo” No importa lo que se encuentre dentro, lo desordenada que haya estado nuestra vida, el Espíritu Santo pondrá las cosas en su sitio y pondrá valentía donde estaba la cobardía, fortaleza en la debilidad, fe en la duda, esperanza en nuestros miedos, alegría en nuestra tristeza. Es Él el que realiza la obra de nuestra santificación, pero no lo hará sin nosotros, si no le dejamos, si no confiamos.
En estos días en que leemos noticias tan tristes de eclesiásticos infieles o depravados tenemos que pedir sin cesar el don del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo entero. Él lo hace todo nuevo, regenera las heridas y robustece a los vacilantes. Es el momento en que todos nos pongamos delante del Sagrario y lloremos por los pecados de escándalo, por los que no lloran sus faltas, por los que desconfían de Dios aunque Dios ha confiado en ellos y les ha dado el poder de atar y desatar en esta tierra los pecados. Es momento de ponernos con más docilidad delante de Dios y dejarle trabajar, no ponerle trabas ni obstáculos.
Hoy se confirmarán tres chavales del centro de reclusión de menores que asisto. su pasado ha podido ser complicado, pero su presente, su hoy, es dejar que el Espíritu Santo cambie sus vidas. Vamos a decidirnos tu y yo también a que nos guíe el Espíritu Santo, aunque hayamos torcido el sendero tantas veces. Hoy también es una fiesta de la esposa del Espíritu Santo, de nuestra madre la Virgen, vamos a dejar que ella nos visite y nos conceda el pedir con humildad que el Espíritu Santo guíe realmente nuestra vidas y guíe a su Iglesia.