Casi todos los días hablo con novios, les dedico un par de horas al cerrar por la noche. La ventaja de hablar a las parejas de una en una es que no tienes que andar con generalidades, sino que hablas de su situación. Casi todos los días hablo con novios y casi todos los novios viven ya juntos, son cosas que tienen estos barrios nuevos: chico conoce chica, chico y chica se compran piso, al chico y a la chica les entregan el piso y chico y chica se van a vivir juntos hasta el día de la boda, que puede ser un año o dos después. Lo viven con naturalidad, sin tensiones innecesarias, incluso te dicen que su familia no les ha dicho nada en contra (excepto las abuelas, pero cada día quedan menos). El silencio de los padres y hermanos católicos frente al amancebamiento como práctica habitual es clamoroso. Casi todos se definen como católicos, incluso buenos católicos (practicantes no mucho, pero estupendos católicos) y son buenos chicos, no les llamaría yo fervorosos, pero buenos chicos. En el diálogo les hago ver que han dejado a Dios al margen de su amor. Ellos quieren celebrar su compromiso y poner a Dios de testigo, pero no reconocen a Dios como la fuente de su amor, luego ese amor que se profesan se queda sin base. Además el no vivir en gracia de Dios durante tanto tiempo deja sus secuelas. Muchos se dan cuenta, dicen que es verdad que les faltaba algo en su relación. No cambian de vida, pero al menos sacan la conclusión de hacer una buena confesión antes de casarse.
Tobit nos dice hoy: “En aquellos días, profundamente afligido, sollocé, me eché a llorar y empecé a rezar entre sollozos.” También sara se pone a rezar llorando y profundamente afligida. Ya decíamos ayer que Tobit vivía “su” justicia. Hoy ya rompe ese círculo donde él era el centro y pone el centro en Dios. Tanto Sara como Tobit piden la muerte, pero no es ese el plan de Dios que envía a “Rafael para curarlos”. Cuando una pareja de Dios se pone como centro de su relación dan ganas de llorar. El hombre es débil (la mujer es más fuerte), pero en cuanto cuatro cosas se complican, les insultan un par de veces o sienten que desprecian “su” muchos se vienen abajo y piden la muerte de ese amor (la suya, gracias a Dios, no). Pero Dios puede curarlos, estoy convencido. Algunos llevan ya el amor muerto y enterrado y como Lázaro “ya huele mal” y han tenido hijos con otros y es todo un lío. Pero si cuando la relación empieza a fallar son humildes, piden ayuda a gente de confianza que no les va a recomendar el divorcio a la primera de cambio, si rezan y piden a Dios volver al amor primero, estoy convencido que se salvarían muchos matrimonios.
«Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob»? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.» Los saduceos que iban tan orgullosos con su argumentación infalible salen escaldados. El amor humano parecerá muy pequeño comparado con su fuente, que es el amor que Dios nos tiene. De todas maneras, como dice Santa Catalina de Siena en el Diálogo, en el cielo nuestra alegría será incluso mayor al ver junto a nosotros a los que nos han ayudado a amar más a Dios en esta tierra, y para un matrimonio es su cónyuge y sus hijos. Dios es un Dios de vivos, y el amor de Dios está vivo en nosotros, no podemos despreciar a la fuente del amor, aunque lo haga mucha gente. Ojalá muchos católicos antes de irse a vivir juntos para “probar”, se den cuenta que están haciendo un daño enorme a su amor, que tiene como centro no a ellos mismos sino al amor que Dios les tiene.
Nuestra Madre la Virgen, madre del Amor hermoso, cuide y proteja a los novios y a los matrimonios, para que sean fiel reflejo del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, y que nunca les falte nada.