Tengo que faltar tres sábados por la mañana a la parroquia. Lo de estar en dos sitios a la vez sólo lo he conseguido un par de veces (o era hacer dos cosas a la vez, no me acuerdo), así que estoy a la búsqueda del sacerdote que celebre la Misa y haga unos bautizos en mi parroquia. Parece mentira lo liado que está el estamento clerical, llevo cinco intentos y van cinco fallos. A todos nos cuesta cambiar nuestras rutinas (la de algunos es trabajar, la de otros es hacer lo que puedan), pero al final todo se soluciona. Me acuerdo ahora de D. Fernando, el sacerdote que empezó a escribir estos comentarios, que también está solo en la parroquia y cada verano tiene que hacer malabares para irse unos días de vacaciones. Le han ingresado en el hospital y tendrá que estar unos días, de alguna manera la parroquia seguirá adelante estos días y lo que no haya podido hacerse no se habrá hecho, pero no hay que llegar a estar ingresado para que alguien te eche una mano. Acordaos de rezar un poco (al menos), por su salud. Lo cierto es que todos (bueno, casi todos), tenemos mucho trabajo y cuando nos piden algo más intentamos escaquearnos como podemos. Si la fraternidad no nace del corazón y se queda en sólo una hermosa palabra para predicar vale más bien de poco. Si es sólo una palabra la unimos a la libertad y a la igualdad y las tiramos al cesto de los papeles, como palabras valen poco.
“Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos…” Jesús no predica palabras, no dice frases bonitas o tiernas recomendaciones. Jesús habla de su propia vida, de la vida de Dios encarnado. Vida que, con la fuerza del Espíritu Santo, se hace vida también en la existencia de los cristianos concretos, en la tuya y en la mía. ¿De qué me valdría escribir en planchas de oro las bienaventuranzas si no las viviese? ¿Para qué valdría este comentario si no estoy pidiéndole al Señor de corazón que me haga pobre, manso, que llore, que tenga hambre y sed de justicia, que me conceda la misericordia y un corazón limpio, que trabaje por la paz y si me persigue la justicia o me injurian no reniegue de Cristo? No valdría para nada, estarías perdiendo el tiempo leyéndolo.
Jesús no comunica ideas, nos trasmite su vida, y esa no podemos guardárnosla. Por eso puede decir San Pablo: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo. Si nos toca luchar, es para vuestro aliento y salvación; si recibimos aliento, es para comunicaros un aliento con el que podáis aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros. Nos dais firmes motivos de esperanza, pues sabemos que si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo.” San Pablo no se guardó nada pues sabía que lo había recibido. De Dios recibía el aliento que podía trasmitir a los demás y así, sufriendo con otros sabía que también sería bienaventurado, viviría con ellos el “buen ánimo”. (No suele ocurrir al revés, muchos son compañeros en el buen ánimo y cuando tienes problemas se van buscando a otro que les haga reír).
Las bienaventuranzas no son para leerlas, son para vivirlas. Pidámosle a la Virgen que nos meta en corazón de su Hijo y de allí arranquemos el Espíritu para hacer, de verdad, vida las bienaventuranzas en este mundo que tiene tan pocas alegrías.