Ayer mi coche se debió enfadar conmigo y dejó de hablarme. Es decir, moverse se movía los intermitentes lucían, las luces se encendían y los pájaros cantaban; pero el cuadro de instrumentos no me decía nada: la aguja de la gasolina, del cuentarrevoluciones, y de la velocidad estaban a cero, las flechas que indican los intermitentes no lucían y el resto del tablero de mandos estaba en negro, es decir, dejó de hablarme. Suerte que era un trayecto muy corto (eso de no saber a qué velocidad vas es complicado), celebré la Misa y a la cuando volví al coche ya habíamos hecho las paces y todo funcionaba perfectamente.Mi coche desde fuera funcionaba perfectamente, pero dentro estaba completamente muerto. Así nos pasa a veces, nos ven desde fuera y somos completamente operativos, pero por dentro sólo somos oscuridad.
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»La sal puede tener aspecto de sal, forma cristalina de sal y el color de la sal, pero volverse sosa. Desde fuera parecería una sal estupenda, pero en un plato no serviría para nada. Muchas veces pienso que, en ocasiones, a los cristianos nos pasa algo parecido. Desde fuera somos majos, buena gente, no generamos problemas, pero no somos sal, no damos gusto a nada, podríamos no estar y nadie nos echaría en falta. Muchas veces definimos a alguien como buen cristiano cuando queremos decir que es “buena gente”. Un amigo mío cuando le hablaban de algún sacerdote que tristemente no seguía demasiado las indicaciones del Magisterio y de decían: “D. Fulanito es muy buen sacerdote”, contestaba: “Sí, es muy buena persona”. Cuántas personas he conocido (me incluyo), que no paramos de hacer cosas en la parroquia, llevan grupos, cantan, bailan, organizan actividades, pero por dentro no hay nada: No hay afán apostólico, no hay ganas de acercar a los demás a Cristo, que animen a otros a confesarse o a ir más asiduamente a Misa, no tienen vida de oración y el Evangelio es “ese gran desconocido”. Son buena gente, y vale ya.
“Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu”. Muchas personas se han quedado sin recibir el sacramento de la Confirmación estos años. ha corrido como la pólvora la idea de que es confirmar mi fe en Dios, que ya admito como adulto lo que mis padres hicieron en el bautismo conmigo, muchos se han confirmado con ese espíritu y muchos más se marcharon aburridos de la parroquia. Pero es “Dios quien nos confirma en Cristo” y así, con la “prenda del Espíritu” podemos ser sal y luz que sala y que luce. Muchos cristianos están sin acabar la iniciación cristiana y se quedan en “buena gente”. Ojalá se reavive ese sacramento, se confirmen los niños y los jóvenes ( y los adultos que están sin confirmar), demos más facilidades y así el Espíritu actuará. No es cuestión de sacramentalismo, es cuestión de palpar la realidad del Espíritu Santo que, si le dejamos, actúa.
La Virgen María dijo sí al Espíritu Santo, en ella también se convierte todo en un “sí”; pidámosle a ella que nos convenza de la necesidad del don del Espíritu para que como funcionamos por fuera, funcionesmos por dentro.