Jb 38,1.8-11; Sal 106; 2 Co 5,14-17; Mc 4,35-40

Los discípulos se espantan de continuo con Jesús. Hasta el viento y las aguas le obedecen, como vemos hoy en el evangelio. Y el viento y las aguas sólo obedecen al Señor Dios, que es quien hace maravillas por nosotros: a manera de queja se lo dice a Job. Pero ¿quién te has pensado que soy? El creador y sostenedor de cielos y tierra. Bien, vale, en el caso del Señor Dios eso está admitido, es obvio para gentes que viven en la Alianza de él con su pueblo. Pero no, la pregunta ahora se refiere a un hombre, a este que les acompaña en la barca, a este que pueden tocar, y que les va a decir: toca aquí, mete tu dedo en el agujero de mi mano, mete tu mano en la llaga del costado.

¿Quién es este, este Jesús al que seguimos? San Pablo desde sus comienzos en la fe tuvo la suerte de verlo en quien se le mostró en la visión camino de Damasco. ¿Quién eres, Señor? Soy Jesús. Es él quien se acerca a nosotros para que le toquemos, para hacernos cosa suya enviándonos su Espíritu. Para que seamos, porque él es quien es, templo del Espíritu de Dios. Llama poderosamente la atención que en las primeras palabras que tenemos en el NT, en el escrito más antiguo de él, en la primera línea (1 Ts 1,1), Pablo nos diga que saluda a los Tesalonicenses “en Dios Padre y en el Señor Jesucristo”. Jesús ya siempre para Pablo, para la Iglesia y para nosotros es el Señor, nombre que antes en el AT era el nombre común de Yahvé, por cuyo nombre tantos mártires habían dado la vida, y por el que tantos la darán todavía. Ya desde la primera línea del primer escrito del NT Dios es Padre, revelación que sólo conoce Pablo, y nosotros con él, por Jesús, quien siempre llama a Dios Padre mío, y nos enseña que le digamos Padre nuestro. Pablo no nos viene contando ni historias ni historietas sobre Jesús, sino que se dirige siempre a lo esencial: quién es Jesús y de qué manera nosotros tenemos que ver con él, de qué manera se implica en nuestra vida para hacerla suya. Pues bien, desde el mismo comienzo de lo que se nos transmite en el NT, Jesús es el Cristo, hasta el punto de que su nombre será ya Jesucristo, y es el Señor; hasta el punto de que pone a Jesús y a Dios en el mismo nivel: “en Dios Padre y en el Señor Jesucristo”. Esa conjunción no es de subordinación, sino de igualdad. Asombrosa respuesta a nuestra pregunta.

Por eso, ahora, en la lectura de Pablo tomada de la segunda a los Corintios, nos apremia al amor de Cristo. Ese es nuestro camino. Esa es la respuesta plena que hemos dado a nuestra pregunta. ¿Y dónde se nos muestra el amor de Dios hacia nosotros? En la cruz. Siempre en la cruz, nos dice san Pablo. Por eso ha ido de continuo a lo esencial y, siendo en el modo cronológico el primer escritor del NT, no ha necesitado de presentaciones más históricas de Jesús. Cristo murió por todos, también por ti y por mí. De modo que ya no vivimos para nosotros mismos, sino para quien murió y resucitó por nosotros. Somos, pues, criaturas nuevas. Y todo se nos da en la sangre derramada por/para nosotros en la cruz.