Gn 28, 10,22a; Salm 90, 1-4.14-15; Mateo 9, 18-26

De la descendencia de Jacob saldrán las doce tribus de Israel. En días pasados hemos leído fragmentos de la vida de Abraham y de Isaac. A través de estos personajes Dios va formando a su pueblo. Fijémonos en cómo Dios quiere que la salvación llegue a los hombres sin prescindir de ellos. Por eso en toda la historia se conjugan a la perfección la libertad divina y la humana.

En el relato de hoy descubrimos a un Jacob que se sorprende de que Dios esté presente en el lugar donde ha dormido: “¡Qué terrible es este lugar!”. Queda sobrecogido porque Dios se le manifiesta en la historia, aunque lo haga en medio de un sueño. Al despertarse denomina a aquel lugar “casa de Dios”. Con ese gesto Jacob proclama que la tierra es también un lugar para Dios. En nuestro tiempo encontramos a quienes pretenden expulsar a Dios de la vida pública, de la sociedad e incluso del corazón de los hombres. Lo ven como un injusto competidor. La enseñanza del texto es justo la contraria: que Dios quiera estar en medio de los hombres y mostrarse no es una afrenta que se nos hace, sino un don.

A ese Dios que se muestra Jacob le hace un voto. Vincula de esa manera su vida con la presencia de Dios. Dios no sólo está en aquel lugar sino que puede conducir la vida de los hombres y serles propicio. Por eso le pide a Dios que lo proteja en su camino. La petición material del patriarca no debe ocultar el sentido espiritual. Jacob se pone en manos de Dios y así nos enseña que sólo Dios puede conducirnos en nuestra vida. Al hecho de que el Señor guía los destinos de la historia se une que la vida de cada uno de nosotros ha de ponerse en sus manos. No basta con saber que la historia no escapa al dominio de Dios sino que hemos de abrirle nuestro corazón para que él guíe nuestros pasos. El salmo de hoy es una invitación a vivir de esa manera.

En el sueño de Jacob se describe una escalinata que une el cielo y la tierra. Aparecen ángeles que suben y bajan. Son enviados por el Señor para alguna misión. Pero esa mediación que realizan es figura de otra, cuando el mismo Dios se haga hombre y venga a habitar entre nosotros. La dimensión horizontal de nuestra existencia se cruza con la vertical. En Jesucristo lo divino entra totalmente en la historia haciendo posible que todos nosotros vivamos las realidades cotidianas con espíritu sobrenatural.

Pidamos al Señor que, por mediación de la Virgen María, nos ayude a caminar en su presencia. Que todos los acontecimientos de nuestra historia podamos entenderlos a la luz de su mirada para que, como el patriarca Jacob, nuestra vida manifieste la acción salvadora de Dios.