He prestado mi coche a uno de mis hermanos, le hacía falta así que no se hable más. He vuelto a usar el Metro y el autobús, en ocasiones me recoge un amigo y buen sacerdote (que siempre llega tarde) y otro feligrés y amigo (es bueno tener amigos) me deja cuando hace falta un Smart. Es un coche muy pequeño, parece que le han quitado la parte de atrás, es como de juguete, pero marcha muy bien. Cada vez que voy a montarme y llagó desde la parte de atrás me paso la puerta y llego hasta el morro. La llave no está donde suelen estar las llaves de arranque de los demás coches, así que los primeros movimientos instintivos son de intentar buscar la cerradura en un lugar donde sólo hay aire. Pero una vez dentro se te olvida que es una especie de tostadora con ruedas y te lleva y te trae a cualquier sitio, además se aparca en cualquier pequeño hueco, aunque en eso todavía no estoy muy ducho. Pude parecer un juguete, pero es un buen coche y cumple perfectamente su tarea.
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.” Hoy es santa Brígida, copatrona de Europa. Santa Brígida es como un Smart. Mujer en un tiempo en que no son excesivamente valoradas (excepto en la Iglesia, para que luego digan). Casada, madre de ocho hijos y después viuda y religiosa. Famosa por sus visiones y por intentar poner un poco de orden en la Corte ante unos reyes que no eran malos pero que era muy tibios. Puede parecer un medio muy pequeño para intentar cambiar Europa. Hubiera sido mejor poner de patrono de Europa a un Ferrari, a un santo singular, de gran inteligencia, con dones espectaculares y de grandes discursos elocuentes. Sin embargo Dios elige a quien quiere. La grandeza de un hombre o de una mujer en cristiano no se mide con criterios sociales, sino en tanto en cuanto está unido a Cristo. Alguno puede llegar a ser muy poderoso en la tierra y no hacer nada que perdure, y otros pueden pasar desapercibidos a los ojos de sus coetáneos y cambiar la historia. Sólo Cristo salva, sólo Él es el Señor de la historia, sólo en cuanto estemos unidos a Él nuestra vida dará fruto.
Santa Brígida tenía muy metida en sus entrañas la Pasión de Cristo. Podía decir con San Pablo: “Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí.” Esto no es patrimonio de los religiosos, de los monjes que se apartan del mundo. El estar unido a Cristo crucificado es para todos los cristianos. En medio de la calle, de tu trabajo, de tu familia, de tus relaciones sociales, puedes ser Cristo crucificado. En un mundo en que se huye de la cruz tenemos que ser crucificados con Cristo. Acoger con la misericordia de Jesús todos los pecados, las miserias, los olvidos, los desprecios y las blasfemias de los hombres. Podemos tener la tentación de pensar que eso es para otros, pero ¿eres tú quien tiene que decir si Jesús quiere ir en un Ferrari o en un Smart o en patinete? Si estás unido a Él olvídate de tus capacidades y confía en que el Espíritu Santo haga lo que quiera.
A veces las impresiones nos engañan. Para los vecinos de la Virgen esta no pasaría de ser un pequeño utilitario y era el vehículo elegido por Dios para ser único e irrepetible, el de más valor que haya pisado esta tierra. Mírala a ella y si Dios quiere contar contigo no le digas que no vales -eso ya lo sabe-, simplemente deja que Él conduzca tu vida.