Me he cambiado de casa, y eso es malísimo para los tobillos. Me explico. Me he cambiado a una casa más grande pues este año (por fin), vamos a estar dos sacerdotes en la parroquia, y es más barato alquilar una casa algo más grande que dos pequeñas. Cuando construyamos la parroquia ya no habrá problemas de alquiler de casas. Pero con el tiempo uno se había acostumbrado al apartamento, sabías dónde estaba cada cosa, cada mueble y cada silla. Cuando te mudas y sigues con la tonta manía de levantarte temprano intentas llegar hasta la cocina sin dar la luz (que te despierta del todo repentinamente y es malísimo). Entonces te despierta de golpe el tropezarte contra una puerta, una silla, una esquina, una mesa baja, un coadjutor,… cualquier cosa que hayas dejado tirada por ahí. Poco a poco uno va conociendo su casa (hasta la próxima mudanza, que será de decimoprimera) y camina en la oscuridad con más confianza, aunque siempre estás precavido por si te encuentras con algún obstáculo imprevisto y llegas a tomar el café a la pata coja.
“En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad.” En el Evangelio de ayer Jesús también enseñaba en la sinagoga, pero el resultado fue bien distinto. Los de ayer, los de su pueblo, conocían demasiado bien a Jesús, y no querían hacer mudanza, se hacinaban en la casa pequeña aunque no hubiese espacio para vivir. A los de hoy, los habitantes de Cafarnaun, -tendrán gentilicio, pero a saber cuál-, empiezan a caminar por una casa nueva. Creían conocerla, pero aún estaban a oscuras y se tropezaban por todas partes. Y hay un tercero, uno que conocía perfectamente la casa, que podía recorrérsela con los ojos cerrados pues había vivido allí: el espíritu inmundo. Conoce muy bien la casa, se conoce cada recoveco, pero no sabe que desde que se marchó el dueño ha cambiado la decoración, y no hace más que maldecir cada vez que se encuentra con un obstáculo. Por eso, cuando entran en la casa que ya no es suya se preguntan: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Voy a intentar explicar esto de la casa. Jesús, que es Dios hecho hombre, es el que nos muestra la dimensión auténtica de nuestra vida. Para algunos, que siguen viviendo en Nazaret, Jesús es sólo un ejemplo moral (algo anticuado, por cierto), un referente de una vida ética (dicen). Quien ve así a Jesús no sale de la estrechez del hombre dominado por el pecado. Quiere ser autosuficiente, no depender de nadie, e intentar explicar la vida y la muerte desde la pequeña casa de su propio yo. No se dan cuenta que el hombre redimido ya no está solo, Dios le acompaña siempre y tiene que trasladarse de su egoísmo para poder vivir como hijo de Dios.
Lo de Cafarnaún están intuyendo cómo es la nueva vida en Cristo. Esa autoridad del Señor les abre horizontes nuevos, nuevas perspectivas. ya no mandan los espíritus inmundos, son “okupas” del alma, y la casa, limpia y arreglada, parece otra. Pero todavía no saben quién es Jesús. Nos pasa a nosotros cuando dejamos que los espíritus inmundos, el demonio, siga dando vueltas en nuestra vida. hace que la casa esté llena de obstáculos y nos tropecemos frecuentemente. Además hace nuestra su pregunta, aunque no nos pone en el corazón la respuesta. Hace que nos preguntemos: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?” (No nos deja tan claro que Jesús es el Santo de Dios, no sea que nos convirtamos en serio). Y entonces Jesús se convierte en foco de desconfianza, es como un casero protestón. Entonces nosotros añoramos nuestra antigua casita, en la que casi no cabíamos, pero la conocíamos muy bien.
Del diablo hay que quedarse con la respuesta y cambiar la pregunta. Desde la redención la respuesta del hombre es “Jesús es el Santo de Dios” y mirándole le preguntamos: ¿Nos quieres a nosotros, Jesús Nazareno?. Y nos contestará: Sí, os quiero, y os preparado una vida mejor, un lugar definitivo donde vivir. “Porque Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; él murió por nosotros para que, despiertos o dormidos, vivamos con él. Por eso, animaos mutuamente y ayudaos unos a otros a crecer, como ya lo hacéis.”
Da un poco de pereza hacer mudanza, peor vale la pena. Cuantas menos cosas tiene uno propias (un “yo” menos grande) es más fácil. La Virgen nuestra Madre tuvo que hacer unas cuantas mudanzas en su vida, y las hacía con alegría pues iba donde Dios quería. Que ella nos ayude a prescindir de todo lo que nos ata en nuestro pequeño apartamento y nos ayude a trasladarnos a la casa que Dios tiene reservada para los que le aman.