La algarada producida en el pueblo madrileño de Pozuelo de Alarcón está trayendo cola. No es la primera, ni creo que sea la última, de estas revueltas de jóvenes sin sentido que al amparo del botellón se lanzan contra otros jóvenes, contra la policía e incluso intentan asaltar la comisaría. Si en otros tiempos se arengaba a las tropas con discursos relativos a la victoria, ahora se hace a la voz de un chaval “fumaó” que mientras graba con su teléfono la escena canta insultos contra la policía. No sé si son grupos anti-sistema, sistemas anti-grupos o, en eso estoy bastante más seguro, la estupidez general. Ya no hace falta un enemigo que te esté quitando lo tuyo o amenazando a tu patria para que se organice una batalla, solamente hace falta unas buenas dosis de borreguismo y una absoluta falta de respeto hacia los demás, hacia sí mismo y hacia cualquier institución.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.” Es difícil hablar de este Evangelio en esta época. Las palabras amor y enemigos se han vaciado de sentido, así que es dificilísimo el que entiendan lo que es amar a los enemigos. El amor es un sentimiento, normalmente unido a la atracción sexual, que pasa con más o menos celeridad o cambia de destinatario cada fin de semana. Los enemigos no son aquellos que ponen en riesgo las certezas de las que vivo, sino que es aquel no me deja hacer lo que me apetece en un momento dado, ya sea un policía, otro chaval o los padres. Cuando hablo con chavales que están en centros de reclusión por lo que ahora se llama “violencia doméstica” (como si la violencia se pudiera domesticar), te das cuenta que en un par de meses sin la madre que les atienda todos los días, el padre que les regaña pero les aguanta mucho más que el educador, tras unos meses de horarios estrictos e irse ala cama a las 22:00 horas, empiezan a querer a sus padres (aunque tristemente lo que quieren es hacer lo que les da la gana, como antes). En la sociedad occidental actual se ha enaltecido el amor al yo, el egoísmo sobre todas las cosas. Se han cambiado los ideales por la raya de coca, los amigos por los colegas, la entrega por la fiesta, el vivir en el espíritu en el vivir del calimocho. Así no llegamos muy lejos.
Pero gracias a Dios la mayoría de la juventud no es así. Aunque todos tenemos derecho a pasar épocas complicadas en nuestra vida, el vacío que ofrece la sociedad actual ejercen en muchos un “efecto rebote” y se encuentran con Dios. Como recomienda San Pablo viven “Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón.” Hoy tengo la primera reunión de jóvenes más mayores de la parroquia, como muchos otros este jueves se pondrán delante de Jesús sacramentado, harán un rato de oración, rezarán el rosario (como proponía el Cardenal de Madrid) y harán el mundo un poco mejor. Eso no saldrá en los periódicos, no se aplaudirá ni se comentará en las tertulias, pero esos son los jóvenes que ayudarán a descubrir a los otros la grandeza de la juventud, la grandeza de cada persona, las maravillas de la vida.
María, madre de los jóvenes, suscita en estos tiempos de tanta desorientación, muchas respuestas generosas de los jóvenes de hoy al sacerdocio, a la vida consagrada, a la adoración, a las misiones, a perder su vida por Amor.