Ageo 1,1-8; Sal 149; Lu 9,7-9

¿Vivís bien aposentados en casas regias y no habéis aún reconstruido el templo? ¿Cómo es eso? ¿No ha sido esto ocasión de vuestras desgracias una vez que habéis vuelto del exilio?, ¿de vuestras malas cosechas?, ¿de vuestro comer sin poder saciaros?, ¿de vuestros vestidos que no abrigan? Nótese, una vez más, como su historia, lo que es lo menudo de ella, no sólo las grandes cosas de la derrota y el exilio, sino lo de todos los días, tiene que ver de nuevo con la historia sagrada. Tienen que leer sus episodios como parte y juicio del Señor su Dios en torno a cómo viven los aconteceres de su vida. Nótese que ese es un juicio que viene tras los acontecimientos. Para que el pueblo se diga: ¿qué nos está pasando?, ¿será que hemos olvidado a nuestro Dios?, ¿nos castiga el Señor por ello? Hasta la polilla y el mal tiempo deben leerlo, siempre pasado el acontecimiento, como palabra que el Señor les dirige, porque han tomado caminos de olvido. Porque la suya es siempre historia sagrada, la historia del pueblo que Dios se ha elegido, y que él conduce con su mano, siempre para llevarla al terreno de su alianza con él. Todo gira en torno a él en esa historia sagrada que ahora él les enseña mediante sus enviados y sus profetas.

¿Entendemos cómo nosotros, el nuevo pueblo elegido, tenemos también una historia sagrada que leemos en relación con Jesucristo? Porque lo nuestro, nuestra historia, debe ser siempre leída en relación con los acontecimientos de nuestra salvación. Son los caminos que el Señor hace patentes para que su Reino se extienda por todo el mundo. Pero, como siempre en la historia, esta viene tras los acontecimientos. Es una lectura que nosotros hacemos para comprendernos; para comprender nuestros caminos; para entender cómo seguimos al Señor o le hemos abandonado de modo que él nos señala lo que es nuestro abandono.

Hay, por así decir, una hermenéutica de la historia. Herodes no sabía a qué atenerse al enterarse de lo que estaba aconteciendo, porque pensaba que Juan había resucitado; cuando sabía muy bien que él, el rey calzonazos, le había mandado decapitar. Algo pasa en su historia que le hace comprender cómo ha tomado para sí caminos que no son los del Señor; cómo se dejó llevar a lo que no quería, pues apreciaba a Juan el Bautista.

Podemos leer la historia como acontecimiento de salvación. O, al contrario, como condena por lo que hemos hecho o dejado hacer. Pues la historia de nuestros acontecimientos personales y sociales no es cosa sin trascendencia en nuestro seguimiento de Jesús. Lo hacemos de modo conveniente o herramos ese camino. Y eso tiene consecuencias en nuestra vida. Las consecuencias las vemos una vez que ha pasado todo. Hay, por así decir, un juicio de la historia sobre nuestros hechos y palabras. Y ese juicio se hace sobre nosotros porque, como leemos en el salmo, el Señor ama a su pueblo. Nos hace saber cómo esa historia nuestra es historia sagrada. Hermenéutica de nuestro comportamiento para que nos demos cuenta de que nuestras acciones tienen consecuencias; que el discurrir de nuestra historia no es como el pasar de los días, las noches, los años y los ciclos, en un tiempo puramente cósmico. Lo que hacemos es algo vivo, pues somos concreadores del tiempo y de la historia. Por eso se nos ofrece el juicio de la historia sagrada. Por eso tenemos que festejarlo y cantar alabanzas.