Za 8, 1-8; Salm 101, 16-23; Lucas 9-46-50

Curiosamente hoy encontramos en el Evangelio una idea que aparecía en el de ayer: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en u nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir”. Ayer la veíamos en la versión de Marcos y hoy la leemos en Lucas. Hay ideas que calan porque nos las repiten insistentemente. Cada vez que las oímos nos revelan un aspecto nuevo o afianzan una intuición que ya se nos había dado. Hoy, caemos en la cuenta de que el “nosotros” se puede utilizar para indicar una pertenencia, pero también puede usarse contra otros.

Nos alegramos cuando le pasa algo bueno a uno de los nuestros. Así sucede, por ejemplo, cuando la selección española de baloncesto ha ganado la medalla de oro en Europa. Son de los nuestros y nos identificamos con ellos. Sus triunfos son, de alguna manera, también nuestros. Pero también podemos entender la pertenencia a una comunidad como oposición a otras. Entonces nos alzamos contra los que están fuera de ella. En ese sentido puede suceder que nos entristezcan los logros que ellos alcanzan. Si, por ejemplo, hubiera ganado la selección de otro país sería lógico que nosotros no nos alegráramos, pero sería extraño que sintiéramos rabia contra ella.

Si ello sucede en la Iglesia, entonces aún es peor. Todos habremos sentido alegría al ver que, en nuestra parroquia, asociación o movimiento Dios ha suscitado cosas buenas. Incluso es frecuente que cada uno, según su experiencia, comente gozoso las maravillas que Dios obra a través de los “suyos”. Pero también hay que saber que el bien que obra cualquier persona, y más si pertenece a la Iglesia, redunda en beneficio de todo el Cuerpo Místico. Cuando las carmelitas, o los fieles de una parroquia, por citar algunos, son fieles a Dios en su vocación y dan fruto, ello es en bien de todos. De entrada ya es un signo de que en este mundo suceden cosas grandes porque Dios está pendiente de nosotros.

Por otra parte, escuchamos como el Señor nos recomienda ser pequeños como niños, pero también nos invita a considerar a Dios en todo lo pequeño. Dice “El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí”. Nos gusta recibir a gente importante, y parece que todo nos cuesta menos trabajo si hemos de hacerlo por alguien a quien consideramos relevante. Descubrir, especialmente en las personas pequeñas, en los pobres, en los enfermos… la presencia de Jesucristo, nos llevará a tratarlos con mayor amor. Descubrir que toda la realidad pertenece a Jesucristo y se ordena a Él nos conducirá a vivir de una manera totalmente diferente. Entonces, en todo lo que hagamos, desearemos servir al Señor. Cuando olvidamos la capitalidad de Jesús, entonces nos vienen esas falsas ganas de ser importantes.

La Virgen María nos ayuda a descubrir que Dios hace maravillas en todos aquellos que se descubren bajo la mirada de Dios y se saben pequeños, aunque infinitamente amados.