Ex 23, 20-23; Salm 90, 1-6.10-11; Mateo 18, 1-5.10

De pequeños nos han hablado muchas veces del ángel custodio. Es posible que una de las primeras oraciones que aprendiéramos se refiriera a ese ser que Dios ha puesto junto a cada uno de nosotros para que nos cuide. De niños establecimos una relación con él que, quizás, con el tiempo, se ha ido enfriando. Es posible que hasta nos hayamos vuelto escépticos al respecto. El sábado pasado un señor, al que hasta entonces no conocía, me llevó en coche a un pueblo a donde yo debía celebrar una misa. Podría pensar que aquel hombre se comportó como un ángel para mí. Sin embargo no lo refiero por ello sino por algo que él me dijo. Refiriéndose a la dignidad ministerial señaló: “el ángel de la guarda de los sacerdotes va a su izquierda”. Para entender el comentario de aquel hombre de fe habría que saber algo de las normas de urbanidad que hoy se han perdido. Pero tampoco señalo la anécdota por ello. Lo que quiero es subrayar la fe de ese hombre, ya de edad avanzada, en la existencia de los ángeles.

Al padre Pío se le aparecía su ángel de la guarda y parece que, hasta los doce años más o menos, pensaba que a todas las personas les pasaba lo mismo. Yo estoy seguro de que todos tenemos uno, especialmente puesto por Dios para que cuide de nosotros. A ello hacen referencia las palabras que escuchamos en la primera lectura: “Voy a enviarte un ángel por delante para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado”.

Esa es la misión de los ángeles, y así lo aprendimos en el Catecismo, conducirnos hacia el cielo. El Padre Bernardo Hoyos, que Dios mediante será beatificado el próximo mes de abril, consultaba a su ángel. Se refiere la anécdota de que éste un día le dijo: “Bernardo, no me preguntes cosas que pueden responderte los doctores de la Iglesia”.

El texto del Éxodo nos dice también que debemos respetarlo y obedecerlo. Estamos acostumbrados a pedirle a nuestro ángel custodio que no nos abandone y que cuide de nosotros. Aquí se nos indica también que debemos hacerle caso. De alguna manera él nos aconseja y nos ayuda a no apartarnos de Dios. En un cuento, creo que de Borges, aparece un personaje que camina un día por una calle peligrosa. En su interior oye una voz, como una cantinela que le va repitiendo: “no hagas trabajar a tu ángel de la guarda más de la cuenta”.

Tomar conciencia de ese delicado que Dios tiene con cada uno de nosotros, y que se manifiesta en ese espíritu angelical que ha puesto a nuestro lado, nos ayuda ano sentirnos solos y a caminar con mayor seguridad. Hagamos el propósito de invocarlo con frecuencia y estemos atentos a las indicaciones que pueda hacernos. Probablemente si reforzamos nuestra fe en él nos sorprenderemos reconociéndolo en muchos episodios de nuestra vida. ¡De cuántos peligros, a buen seguro, nos ha librado a todos y cuántas buenas acciones habrán sucedido en el mundo por su delicada insinuación!