Ayer estuve con algunos de mi parroquia en la manifestación en Madrid a favor de la vida. Realmente la cantidad de personas era impresionante, muchísima gente joven y muchas familias. Sin duda no estábamos todos, faltaba muchos que no pudieron ir, otros muchos que no querían ir, los que están enfermos o demasiado lejos y, como muy oportunamente recordaron, faltaban los niños abortados en estos años. Las cifras, como siempre, varían muchísimo, pero lo más importante no era cuántos sino el por qué. Lo único que no me gustó era que se hablaba demasiado del derecho a la maternidad, cuando el ser padre o madre no es un derecho, es un don. La vida es un don precioso que nos regala Dios y que hay que salvaguardar y proteger por todos los medios a nuestro alcance.
“El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años,(…) Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.” La justificación que Cristo nos trae con su vida, muerte y resurrección es la que hace que la vida tenga un sentido pleno, que colme sus ansias de eternidad y llene completamente la existencia. Hoy es le Domingo Mundial de la Propagación de la Fe, el Domund. Al igual que ayer alguno se podría haber quedado en casa pensando: “Bueno, yo no voy a abortar nunca”, tenemos que preguntarnos si nos interesa que los demás conozcan a Jesucristo, reciban el don de la fe o nos basta con salvarnos nosotros mismos. Si realmente valoramos el don de la fe y no solamente para nosotros, sino para cualquier hombre o mujer de cualquier lugar, raza o condición. Si sólo nos preocupa nuestra salvación vamos por mal camino, “porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
No podemos pasarnos la vida discutiendo si somos más o menos importantes, si lo nuestro es mejor camino para ser santos que lo del vecino, que si tu o yo vamos a sentarnos más cerca del Señor en el cielo. Voy a decir una burrada, ¿De qué valdría nuestra salvación si nos salvamos solos?. Tenemos que tener ansia de que mucha gente conozca el Evangelio. Que lo conozcan en nuestra familia, entre nuestros amigos, entre los conocidos e incluso hasta nuestro párroco. Y esa expansión del corazón hace que deseemos también que se conozca a Cristo en todos los rincones de nuestra tierra. Seguramente nosotros no tendremos posibilidades ( o vacación), de irnos a predicar el Evangelio a rincones lejanos, pero podemos apoyar a los misioneros con nuestra oración, con nuestra aportación, con nuestra cercanía de hermanos por llevar acabo la misma tarea.
“No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie”. Tenemos la suerte de que Dios esté tan cerca nuestra. No hay nadie tan distinto, tan lejano o tan diferente que no merezca conocer esta buena noticia.
A lo largo de cada año mueren unos cuantos misioneros, ellos sí que beben el cáliz del Señor. Le pedimos hoy a la Virgen María, madre de las misiones, que los cuide y proteja a todos, que fomente muchas llamadas a ser misioneros o misioneras, y a nosotros nos de esa auténtica preocupación por extender el Evangelio a todos los rincones del mundo: Cada vida importa.