Creo que no he contado aquí que ahora me he enterado que soy sonámbulo. No me he enterado por casualidad, sino cayéndome por unas escaleras de mi casa y enterándome al día siguiente el porqué tenía una herida sangrando en la cabeza. Es gracioso. Ya podría aprovechar esos momentos para limpiar la casa y hacer la comida del día siguiente en vez de dedicarme a dar vueltas sin sentido o tirarme escaleras abajo, sería más provechoso. Algún día los problemas que me ponen para construir la parroquia traman quitarme el sueño, pero no lo consiguen. Es importante descansar, luego me duermo en cualquier lugar y eso no es provechoso (sobre todo en mitad de la homilía).
“En aquel tiempo, exclamó Jesús: – «Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.” No me cansaré de repetirlo: Dios descansa. Muchas veces tomamos las cosas de Dios como cosas que hay que hacer, momentos puntuales en nuestra vida en las que nos dedicamos a las “cosas” de Dios. En primer lugar habría que pensar que no hay nada en nuestra vida al margen de Dios. No existen asuntos que nos acercan de Dios y otros muchos que son indiferentes. Todo, hasta leer el periódico por Internet, que no le hacemos ni caso, puede acercarnos a Dios. Y por eso Dios comprende también nuestro cansancio. Podemos pensar que Dios nos quiere como superhombres, y nos quiere como hijos pequeños. Nos cansamos de caminar, nos agotamos, pensamos que ya no hay salida y que entonces Dios no nos quiere así, que somos una rémora para sus planes. Pero no es así: “Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido; se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse.” Eso es muy consolador.
En ocasiones podemos pensar que actuamos como sonámbulos, sin darnos cuenta de lo que hacemos. Pero hasta de eso se sirve Dios. “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso.” ¿Cómo no vamos a aprender al ver a Dios humillado, lacerado, escupido, llagado, herido y crucificado que las penas de este mundo no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá? Incluso en lo incomprensible está Dios. “¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa»?” Es cierto que en ocasiones parece que Dios se oculta, pero los místicos han encontrado en la ocultación de Dios la máxima prueba de su cercanía. Cuando Dios parece que no está es cuando está presente en nuestra debilidad, y eso es lo más cercano que tenemos.
El sueño nos despista, pero nos descansa. Muchos santos han vivido durmiendo muy poquito, pero eso no puede ser sano a no ser que lo dediques a descansar en Dios. A mi, al menos, a veces rezar me da sueño, y eso no es descansar en Dios sino descansarse en Dios. Cuando ponemos en manos de Dios toda nuestra debilidad, incluso nuestro sueño, es cuando Dios nos despierta y nos deja despejados para hacer las buenas obras que quiere hacer por nosotros.
Esperando al Señor que viene vamos a pedirle que nos encuentre muy activos, muy enamorados, muy apostólicos y muy descansados en Él en los brazos de María.