Si 3, 2-6, 12-14; Salm 127, 1-5; Col 3, 12-21; Lucas 2, 41-52

Muchísimas familias se reunirán hoy en la ciudad de Madrid para testimoniar la importancia de una institución querida por Dios. Jesús nace en el seno de una familia y es Hijo de Dios, pero también lo es verdaderamente de una Mujer, María. Los Evangelios dejan bien claro, tanto san Mateo como san Lucas, que Jesús no es un personaje que aparece sin más. Tiene un origen eterno, porque fue eternamente engendrado por el Padre, pero también uno humano, porque nació de María Virgen. Dios no quiso tampoco prescindir de un padre en la tierra y nos encontramos con san José.

El hombre entra en el mundo a través de una familia. En ella es acogido y descubre, ya de entrada, que no existe por casualidad. Hay alguien que le estaba esperando. En cada nuevo nacimiento se repite esa historia maravillosa de amor. En nuestra época, marcada por el nihilismo y por lo mismo profundamente desesperanzada, se está perdiendo ese hecho tan maravilloso. Cada nueva vida es un misterio de gratuidad al que se responde con agradecimiento y amor. Jesús, al nacer en una familia, nos recuerda ese hecho y muestra el hogar como un centro de santidad. De hecho podemos ver en toda familia una imagen de la Trinidad. Es como un reflejo en la tierra del amor que es Dios.

Jesús, María y José acuden al templo. A través de la familia Jesús entra en las tradiciones y en la historia de su pueblo. No tenían por qué hacerlo, puesto que Jesús es Dios y la ley mosaica no podía obligarle. Pero aún así, Él quiso sujetarse a las normas e insertarse en el pueblo al que pertenecía su familia. Él iba a ser conocido como el hijo de José y como el hijo de María.

Del amor familiar pasamos a querer y comprender el pueblo al que pertenecemos. Por eso es un desastre cuando un gobierno legisla contra la familia. Se ha dicho de esta institución que es la célula básica de la sociedad. Cuando se destruye a la familia, intentando vincular a los individuos directamente con la macroorganización social se busca un imposible. Eso sólo es posible llevarlo a cabo despersonalizando. En la familia somos alguien, querido por sí mismo y contemplado siempre como algo maravilloso. Allí somos únicos y somos queridos en nuestras limitaciones así como respetados en nuestra singularidad. Se nos ama y se nos educa para que crezcamos y seamos felices.

Por eso, hoy dirigimos nuestra mirada esperanzada a la familia de Nazaret, a la que Jesús ha asociado a las múltiples familias que se han incorporado a la Iglesia para constituir una sola, que es la familia de los hijos de Dios. La miramos para aprender de ella, pero también para invocar su protección sobre el matrimonio, la educación de los niños, la defensa de la familia… Todo eso forma parte del plan de Dios, y en la actualidad corre peligro. La familia de Jesús también sufrió contradicciones, pero no dejó de ser un hogar en el que alumbraba y brillaba el amor de Dios. Pidamos por nuestras familias y para que el amor de Dios nos haga superar todas las dificultades y nos conduzca a la plenitud de vida.