1Sam 1,1-8; Sal 115; Mc 1,14-20

Comenzamos el tiempo ordinario. Tiempo en el que tenemos que ir haciendo nuestro, vida nuestra, lo que hemos celebrado las semanas pasadas. Deberemos en él ir aprendiendo a seguir a Jesús. Para ello iremos leyendo los días sucesivos de modo continuo el evangelio de Marcos. Le contemplaremos cuando habla y cuando actúa. Aprenderemos de él. Sabremos en qué consiste el feliz anuncio que Jesús nos enuncia con sus primeras palabras. «Comienzo del evangelio de Jesucristo Hijo de Dios» (Mc 1,1), refiriéndose a toda la narración que ha puesto en nuestras manos. Tras el pequeño comienzo, tan decisivo para nosotros los lectores, pues nos indica la profundidad de las intenciones de Marcos, que iremos descubriendo en el libro hasta aparecer claras en su final, se convertirá en narración sobre Jesús, al que veremos en Galilea predicando «el evangelio de Dios» (Mc 1,14). Y, conforme vayamos siguiendo a Jesús hasta el final, veremos cómo el evangelio de Dios se transmuta en el de Jesucristo Hijo de Dios, porque la feliz noticia de Dios es Jesús. ¿Cuál es el evangelio de Dios? Se ha cumplido el plazo, ha llegado el momento, está cerca de nosotros el reino de Dios. Por eso, convertíos y creed en esa feliz noticia. Desde el mismo comienzo nos encontramos, una vez más, con el creer, con la fe. En ella, a través del seguir a Jesús que haremos en esta narración, pasaremos de la generalidad del «evangelio de Dios» a la concreción maravillosa «del evangelio de Jesucristo el Hijo de Dios».

Y tras eso, tan importante para la comprensión entera de Marcos, vemos a Jesús caminando junto al lago. Siempre en acción. Siempre pasando junto a la gente. Siempre pronunciando una palabra. Venid conmigo, dice a los dos hermanos, y os haré pescadores de hombres. Un poco más adelante en ese ir pasando, encuentra a otros dos. Los llamó. No hay multiplicación de palabras. Jesús está circulando; hace camino. Junto a ellos. Les dirige la palabra; palabra persuasiva. Venid conmigo. Inmediatamente le siguieron. Unos, dejaron las redes. Los otros, dejaron a su padre en la barca con sus jornaleros. Llama la atención la escueta brevedad de la llamada. Y también nos deja estupefactos la inminencia de la respuesta. Lo dejaron todo y le siguieron.

¿Cómo es posible esa brevedad de ese encuentro que marcará sus vidas por completo? Ya nunca dejarán de ir siguiendo a Jesús. Bueno, sí, en la semana final de la vida de Jesús, cuando comience en Jerusalén su subida hacia la cruz, se espanten por completo y lo abandonen a su suerte, hasta que, por fin, se les haga presente como el resucitado. Comenzamos hoy, pues, a hacer camino tras Jesús a la manera de Marcos. Tan sincopada. Y, cuando se lee con atención suprema, narrada tan maravillosamente en función de la intención buscada por él: que también nosotros pasemos del «evangelio de Dios», que Jesús comienza a predicar cuando vuelve a Galilea tras su bautismo, a la afirmación del «evangelio de Jesucristo Hijo de Dios». El seguir a Jesús nos hará ver cómo es él la feliz noticia.

¿Cómo pagaremos al Señor el favor que nos ha hecho? Alzaremos el cáliz con su sangre, bendiciendo su nombre. Ese cáliz de nuestra salvación que se llena con los despojos de su carne y de su sangre, muerto en la cruz, justo cuando nosotros lo abandonamos. ¿Exclamaremos también nosotros con el centurión, «Verdaderamente, este hombre era el Hijo de Dios» (Mc 15,39)?