Este domingo en muchas parroquias, incluida la de un servidor, la colecta será para ayudar en la catástrofe de Haití. No importa que haya que ahorrar para poder construir la parroquia de nuestro barrio, si no podemos entregarnos para la reconstrucción de la vida de tantos, de poco serviría el nuevo templo. Pediremos ayuda económica que seguro que respondemos con generosidad, pero también pediremos a Dios nuestro Señor por los vivos y los difuntos, por los heridos y por los que se han quedado solos. También pediremos a Dios por las heridas de la Iglesia ya que hoy comienza la semana de oración por la unidad de los cristianos. Veinte siglos en la historia de la Iglesia también han hecho tambalearse la única Iglesia de Jesucristo y dividirse, hay que rezar por la unidad, por construir sobre la roca firme de Pedro y siempre es necesario empezar a cimentar desde la caridad. Muchas cosas tenemos que tener presente este domingo.
“En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda”. El maravilloso milagro de Caná. ¿Quién no sabe que Jesús convirtió el agua en vino? Podríamos quedarnos en lo exterior, en esas tinajas llenas milagrosamente de vino y en el “pedal” que debieron agarrar los invitados a la boda después de tomarse 600 litros de vino. Sin embargo, aunque las consecuencias del milagro debieron ser muy sonadas, el milagro en sí pasa bastante desapercibido, casi nadie se entera. Lo extraordinario hubiera sido que se hubiera acabado el vino, que tuviesen que acabar la celebración de la boda pues los invitados no estaban dispuesto a seguir con Pepsi la celebración. Para casi todos ocurrió lo que tenía que ocurrir, una buena boda estaba acompañada de un buen -y abundante- vino. Sin embargo, a pesar de pasar desapercibido, el Evangelio acaba: “Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él”. No hay milagro más grande que cuando ocurre lo que tiene que ocurrir. En ocasiones buscamos cosas extraordinarias, espectaculares, que rompan las leyes de la naturaleza. Sin embargo el gran milagro de Dios es la vida diaria, la rutina de cada día, porque en esos momentos de cada día, “el Señor te prefiere a ti, …. la alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo.”
Sin duda a todos nos ha impresionado el ver mover los cadáveres en las calles de Haití como si fueran basura, tratando de quitarlos de en medio como fuera. Es algo necesario el enterrar a los muertos, y la falta de medios y la abundancia de fallecidos hace que se traten como residuos. Pero cuando los vemos sabemos que detrás de cada cuerpo zarandeado y amontonado había hace unas horas una vida, unas ilusiones y unos problemas, unos proyectos y unas esperanzas. Ahora nos son importantes por su muerte, tal vez no sintiésemos la misma preocupación por ellos si continuasen su vida de comienzos de la semana pasada, pocos se preocuparían por lo que pasaba en Haití. Sin embargo Dios les tiene presentes cuando su vida se movía entre las miserias de sus casas y cuando su cuerpo es amontonado en las aceras. Dios está ahí. Tal vez pensemos que debería haber hecho lo extraordinario, realizar un milagro o hacer que no sucediesen más catástrofes naturales. Pero Dios está ahí. Entre los escombros, bajo toneladas de desechos, en los hambrientos, en los pobres, en los que no tienen nada está Dios sufriente. Y también está este domingo en tu casa, junto a tu esposa o marido, con tus hijos, con tu suegra enferma, con ese con el que no te hablas, hasta con tu jefe, ahí está Dios. No nos damos cuenta como los invitados de la boda, pensamos que todo sigue su curso, que todo es normal, pero ahí está Dios manifestando su gloria. En ocasiones nos cuesta mucho descubrir a Dios, quisiéramos que estuviese de otra manera o pensamos que está ausente, pero en todas las circunstancias -excepto en el pecado-, Dios está ahí.
Hoy tenemos que “llenar las tinajas de agua”, descubrir lo que podemos dar, lo que podemos ayudar, lo que en nuestra vida tenemos que cambiar, pero no porque nos mueva la lástima, nos mueve el mismo Jesús.
“Su madre dijo a los sirvientes: – «Haced lo que él diga.»” Jesús dijo y ellos hicieron. María, nuestra madre, nos recuerda siempre que Jesús está a nuestro lado, que nunca estamos solos y que, ahora y siempre, debemos estar unidos. Que ella agarre de su mano maternal a todos los que sufren la tragedia de Haití y las demás tragedias del mundo y nos ayude a contemplar la gloria de Dios y crezca nuestra fe de discípulos.