Ya no voy a un centro de reclusión de menores. Ni a dos. Ni a tres. La semana que viene empezaré a ir a cuatro. ¡Dios los cría y ellos se juntan!. Tendré que pedirle a Dios un par de horas más al día. El abrir centros nuevos o el remodelar los existentes ha llevado al cambio de chavales de un centro a otro. Hoy me daban lástima los que se han cambiado de un centro muy “familiar” a otro en el que todo está como más viejo. No se encontraban en su sitio: nuevas normas, nuevas instalaciones, nuevos educadores… todo distinto y les parecía peor. La verdad es que los chocos tienen encima una institución que -hace bien-, toma cien mil cautelas. Ellos tienen que adaptarse a las normas de cada centro y no les queda otra. Muchas veces también los mayores nos encontramos con situaciones o instituciones que parece que nos agobian (justo al lado de la parroquia nos van a poner una delegación de Hacienda. ¡Cómo para no saberlo!). Entonces hay que acordarse de David y la pedrada.
“David salió de la formación y corrió velozmente en dirección del filisteo; echó mano al zurrón, sacó una piedra, disparó la honda y le pegó al filisteo en la frente: la piedra se le clavó en la frente, y cayó de bruces en tierra”. ¡Menudo bestia el chico “de de buen color, de hermosos ojos y buen tipo”, que nos describía la lectura de ayer.! Objetivamente David tenía todas las de perder, un par de guantazos de Goliat le hubieran puesto en su sitio y hubiera vuelto a cuidar las ovejas de su padre con un par de dientes menos. Pero David confía en Dios, sólo en Dios. Sabe que lo humanamente imposible era posible para Dios. Y no pide ser espectacular, que Dios le de la fuerza de Sansón y derribe al filisteo lanzándolo sobre sus compatriotas. No, simplemente un poco de puntería y una buena piedra; buena pero pequeña. No estaría nada bien dedicarnos a dar pedradas a la gente por ahí, por muy grande que sea. Lo desaconsejo vivamente. Pero como nuestro modelo es Jesucristo vamos a ver una de sus “pedradas”: “entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenia la parálisis: -«Levántate y ponte ahí en medio.» Y a ellos les preguntó: -«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?» Se quedaron callados”. La pedrada que los cristianos podemos lanzar es la caridad. Es un golpe que no deja marca, pero derriba al enemigo más fuerte. El Señor echa en torno una mirada de ira y a la vez se duele de su obstinación. Los quiere y le duele que tengan un corazón tan complicado. Ahora miramos Haití y descubrimos muchas y buenísimas instituciones humanitarias, que se encuentran en graves dificultades para hacer el bien. Lo que importa no es quién lo haga, lo que importa es hacerlo. Los cristianos deberíamos unirnos en la caridad con todos los hombres. Buscar caminos de unidad es buscar caminos de caridad en la verdad. Un cristiano puede ser alto o bajo, listo o tonto, negro o blanco, “progre” o “carca” (como nos catalogan), rico o pobre: si vive la caridad derrotaremos cualquier crítica, enemigo o barrera que nos encontremos en este mundo. Cuando cada cual busca lucirse no encontramos nada.
María es el modelo de la Caridad llevada al extremo, nos entrega a su Hijo. Esa sí que es una pedrada en medio del corazón de las personas de buena voluntad. dejémonos herir por ella: nos sanará.