Ayer pasó por la parroquia uno de los chavales que ayudamos habitualmente. Estaba muy contento pues le habían concedido los papeles y ya es legal. Ya puede plantearse metas más grandes que repartir propaganda y puede buscar un trabajo con contrato, seguridad social y esas cosas que hay que tener. No está la cosa fácil, pero al final algo conseguirá. Una de nuestras antiguas “luchas” era convencerle que sin papeles no podía optar a un puesto de trabajo normalizado, tenía que tener cuidado cuando iba por la calle y esas cosas. Es difícil en ocasiones entender que si a mi me para la policía y me pide los papeles les doy una bendición (además del documento nacional de identidad, cotización a la Seguridad Socia l de los últimos 20 años, pago de los impuestos y lo que me pidan), per él no podría presentar nada y se abriría un trámite de expulsión. En ocasiones es difícil entender nuestras deficiencias, lo que nos falta y nos rebelamos contra ello. Ahora este chico puede ir tranquilamente por la calle, ya tiene los papeles.
“David se puso furioso contra aquel hombre y dijo a Natán: «Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo de muerte. No quiso respetar lo del otro; pues pagará cuatro veces el valor de la cordera.»” Esto es aquello de que por la boca muere el pez. David se indigna contra el ejemplo que le pone Natán y lo que menos esperaba es que le contestase: “¡Eres tú!”. En ocasiones no nos es sencillo reconocer nuestro pecado. Nos volvemos intransigentes con los demás, nos molestan sus defectos y somos unos criticones; todo por no reconocer nuestros pecados. En ocasiones incluso se niega la propia existencia del pecado. Cuando escuches a algún sacerdote (o similar/similara), arremeter contra la Iglesia tachándola de anticuada, que no avanza al ritmo de la sociedad, que tenía que modernizarse, que el mundo va por otro lado, que bla, bla, bla…., ten casi por seguro que tiene algún problemilla al reconocer su pecado (y no suelen ser de castidad, sino de soberbia y de obediencia). Tristemente no siempre nos encontramos con un Natán. Siempre encontramos un grupito que nos aplaude y admira nuestra “apertura de mente frente al del ex santo oficio” y muchos silencios que prefieren cambiar de parroquia o quedarse en su casa.
Pero, a ver si nos entra en la cabeza y en el corazón, no hay nada más sano que reconocerse pecador: No ser un escrupuloso o un miedica, sino reconocer nuestro pecado y la salvación que Cristo nos trae. “Lo despertaron, diciéndole: -«Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: -«¡ Silencio, cállate! » El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: -«¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Se quedaron espantados y se decían unos a otros: -« ¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!” Aquí hay que acordarse de cuando Jesús dice lo de “qué es más fácil, decir tus pecados te son perdonados o toma tu camilla y echa a andar”. Pues igual, es mas fácil calmar una tormenta que perdonar los pecados, y lo bueno es que Dios los perdona. No quiere que nos hundamos, nunca nos va a dejar en nuestra miseria o en nuestros vicios, en nuestro pequeño yo. Lo único que “necesita” Dios es nuestro arrepentimiento, el que reconozcamos que hemos pecado contra nuestro Dios. Y entonces Dios nos perdona en su Iglesia. Os aseguro que no hay mayor gozada que el perdón. El que se justifica a sí mismo se queda en sus excusas, el que es perdonado. Me ha tocado dar la absolución a viciosos y viciosillos, prostitutas, asesinos, violadores, ladrones, empresarios explotadores, adúlteros y creo que casi toda la gama de pecados posibles y os aseguro que lloran más que cuando son escuchados simplemente con buena voluntad.
Pidámosle a la Virgen que nos de un corazón arrepentido, que confiemos siempre en la misericordia de Dios y recemos cada día el miserere.