1R 12,26-32.13, 33-34; Salm 105, 6-7.19-22; Marcos 8, 1-10

La primera lectura de hoy es tremenda. Tras la muerte de Salomón el reino se divide. Jeroboán se da cuenta de que la gente acude a Jerusalén para dar culto a Dios y teme que se acaben uniendo a Roboán, el rey de Judá. Entonces establece una estrategia política que supedita lo religioso a sus intereses y manda construir dos becerros de oro. Se reproduce el pecado de idolatría con el que Israel ya había ofendido a Dios al pie del Sinaí.

Es fácil encontrar paralelismos en la historia política de los pueblos. Pero a nosotros nos interesa más la lectura espiritual que pueda ayudarnos en nuestra vida. Hemos sido creados por Dios y nuestra obligación es servirlo. Sn Ignacio de Loyola decía “todo para mayor gloria de Dios”. También el padre Samsó, recientemente beatificado y que murió mártir en 1936, tenía un lema que decía: “Dios por encima de todo”. Durante su vida fue fiel a él y también cuando hubo de entregarla.

En la vida no se pueden mantener extraños equilibrios entre la fidelidad a Dios y los propios intereses. Cuando eso se pretende uno acaba haciendo muchas tonterías y construyendo historias fantásticas que incluso justifica. Dice la primera lectura que el rey se dejó aconsejar. El consejo fue fatídico por idolátrico y blasfemo y habría de conducirle a su destrucción (símbolo de la ruina espiritual que nos viene cuando dejamos de ser fieles a Dios). Esos consejeros son imagen de la perversión del desorden. El rey pretende no actuar por capricho ni despecho sino racionalmente. También nosotros podemos separarnos de Dios con pretextos de esa clase (dejándonos aconsejar pero no por la Iglesia sino por nuestras bajas pasiones, nuestro rencor larvado o nuestra soberbia). Espiritualmente es tremendo lo que leemos en esta primera lectura y, sin embargo, no es tan extraño a nuestro entorno. También nos puede pasar a nosotros.

Dios es el que es y permanecer en su fidelidad es un don muy grande. En el evangelio leemos que la multitud hambrienta llevaba ya tres días con Jesús. No sabemos qué sucedió durante ese tiempo, pero el milagro llegó al final. Por el camino se cansaron y sentían hambre. Jeroboán tenía hambre, pero era de ambición. La multitud tenía hambre porque su deseo había crecido en la compañía del Señor. Preferían ese pequeño sufrimiento (que un burgués consideraría desmedido) a abandonar a Jesús. Finalmente Dios realiza el milagro.

El fin de nuestra vida es amar a Dios sobre todas las cosas, alabarle y servirle. Lo que se interponga o impida esa misión es contrario a su voluntad y malo para nosotros. Hay que ser muy fieles y huir de los consejeros que nos llevan por caminos de idolatría y que sólo van a conseguir nuestra destrucción. Que la Virgen María nos ilumine y proteja.