Je 17,5-8; Sal 1; 1Co 15,12.16-20; Lu 6,17.20-26

¿Ponemos nuestra confianza en los hombres, como dice Jeremías, en las cosas, en nuestras riquezas, en nuestro poder, en los nuestros, buscando en la carne nuestra fuerza? Seamos malditos, nos dice el profeta con todo su descaro. Viviremos en la aridez del desierto, cardo en al estepa. No veremos llegar al bien. ¿Qué es esa confianza? La apuesta de nuestra vida. El más allá de lo que somos y buscamos con todas nuestras ansias, que convertimos en el más acá de nuestro pequeño ombligo, de nuestro pequeño yo. Como si quisiéramos crecer a base de soplar o estirándonos de los pelos.

No, no, así no. Nuestra confianza la debemos poner en el Señor. Sólo en él. Siempre en él. Seremos árbol con hoja verde que dará fruto a su tiempo. Echaremos raíces junto a la corriente de nuestra bienaventuranza. El salmo es genial comentario de Jeremías. Además, entrada escrita para ser la introducción al libro de los salmos. Dichosos nosotros quienes hemos puesto nuestra confianza en la acción del Señor. ¿Cómo ha sido esto? Por su misericordia, por su gracia. Porque así lo ha querido. Porque así lo quiere. Porque hace de nuestra vida una buena-aventura, algo que en verdad merece la pena. Que nos llena por completo, plantados junto a las fuentes de agua viva. La buenaventura de su seguimiento.

La enseñanza del evangelio de Lucas que hoy leemos es asombrosa. Bajó Jesús del monte. ¿Por qué tantas cosas de la vida de Jesús acontecen en el monte? Y levantando los ojos nos habla. Curioso ese bajar de su cuerpo al lugar en donde nos encuentra y ese subir de su mirada para incitarnos a ser sus seguidores. ¿Cómo se hará que nuestra vida sea una buena aventura? Cuidado, bajando de este monte no nos regala Jesús nuevos mandamientos grabados en piedra, en una nueva edición si queréis. Ahora se da cumplimiento a aquél otro bajar del monte por Moisés con las tablas de la Ley. Mas ahora se da cumplimiento en la felicidad de una vida plena, aquella a la que Jesús nos invita. Y mirándonos nos declara cuáles son las dichas de nuestra vida. ¿Ser ricos, estar saciados, reír y festejar, ser siempre considerados de todos, que hablen maravillas de nosotros? Pues no, la palabra del Señor señala los lugares dichosos de nuestra vida, beatitud plena, donde puntea también quiénes tienen la dicha de vivir la buena aventura del Señor, ¡qué curioso, qué sorpresa!, ¿cómo es posible?, ¿qué significa este poner todo tan patas arriba?, son los pobres que nada poseen, los que tienen hambre y con nada consiguen saciarla, pues les falta de todo y mueren bajo unos escombros innecesarios o en algún lugar escondido de una ciudad populosa que los deja de lado.

Revuelve nuestros adentros leer dónde esta la dicha de nuestra vida en las palabras por las que se da el cumplimiento de lo que el Señor quiere con nosotros. Aquí en las bienaventuranzas encontramos cómo dar cumplimiento a nuestro seguimiento de Jesús. No mandatos de lo que debemos hacer, ¿cómo sería?, sino acontecimientos de nuestra vida que son aquellos en donde se nos ofrece y dona la confianza que el Señor nos regala para que se la devolvamos en el hacer de nuestra vida.

¿Cómo encontrar fuerzas?, ¿dónde se nos darán?, ¿cómo será posible, pues nada somos? En Cristo resucitado nuestra fe tiene sentido. Porque nuestra esperanza en él no acaba en esta vida.