Está tan presente, que lo asombroso es que no nos hayamos fijado en él… No figura en el “casting” de protagonistas… Pero es la “voz en off” que narra la historia, el que la vivió de principio a fin; el que sufrió, en un solo Corazón, el pecado del hermano y la ofensa causada al Padre. No conoceríamos esta parábola si el tercer hijo no hubiera estado allí.

Él es mayor que el “hijo mayor”. En Él se cumplieron las palabras que el Padre dirigió a aquél que se quedó en casa: “todo lo mío es tuyo”, porque era uno con su Padre. Cuando el hijo menor, reclamando su parte en la herencia, abandonó el hogar paterno, el Tercer Hijo, al igual que su Padre, no pudo dejar de pensar en su hermano. Y, pasados unos días que fueron siglos, pidió la bendición a su Padre y, enviado por Él, salió de casa con la intención de no regresar hasta no haber recuperado al hijo pródigo.

No tardó en encontrarlo, y comenzó a caminar con él. Pero el hermano menor le volvió la espalda: no necesitaba de su Hermano Mayor para vivir su vida. Por eso, el Tercer Hijo decidió seguir sus pasos, esperando a que su hermano se volviese a dirigirle la palabra. Cuando el pródigo entraba en los burdeles, le acompañaba hasta la puerta, y allí esperaba, sufriendo y amando, mientras echaba de menos a su Padre. Llegaron los tiempos duros, y el Tercer Hijo pasó hambre a la vez que su hermano, y descendió con él hasta la ciénaga para apacentar puercos y ser apartado hasta de las algarrobas. Pero él, además, echaba de menos a su Padre.

Fue entonces cuando el hijo pródigo, movido más por hambre que por arrepentimiento, y más dolido de su indigencia que del corazón roto de su Padre, decidió emprender viaje hasta la casa paterna; se conformaría con la ración de un jornalero, y a cambio reconocería su falta… ¿Tú crees que era bastante, que hubiera sido justo un “sí” sin una reparación? No, no lo era, y por eso estaba allí el Tercer Hijo.

Viendo derrotado a su hermano, le tendió una vez más los brazos, pero ahora el pródigo se desmayó sobre ellos. Y así, llevándole sobre los hombros, le condujo a la casa de su Padre. Por eso, al llegar al umbral, cuando el Padre salió corriendo hacia su pequeño, no le dejó terminar su discurso. No iba aquella frase tan preparada y corta, a reparar ofensas tan amargas. Pero el Corazón roto del Tercer Hijo, contrito y humillado por las faltas de su hermano, era más que suficiente para redimir mil vidas, y el Padre se conmovió y cubrió de besos a su Hijo, que eran ya los dos. ¿Entiendes ahora a quién se refiere cuando dice: “este Hijo mío estaba muerto, y ha resucitado”? ¿Y a quién cuándo dice: “estaba perdido, y lo hemos encontrado”? ¿Y por qué dice “lo hemos”? Puestos a hacer preguntas, te formularé una más: ¿dónde está la Madre en esta historia? Te dejo en contemplación, para que dejes que las preguntas se respondan solas…