“No explotarás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus compatriotas, o un extranjero que vive en alguna de las ciudades de tu país. Págale su jornal ese mismo día, antes que se ponga el sol, porque él está necesitado, y su vida depende de su jornal. Así no invocará al Señor contra ti, y tú no te harás responsable de un pecado”. No recuerdo ahora dónde he escuchado recientemente estas palabras del libro del Deuteronomio; ¡cosas de la mala memoria!. Claro, que si hay que citar la Biblia se cita, aunque sea sin ningún interés de hacer de las palabras de la Sagrada Escritura un “intento de convertir determinadas convicciones religiosas en normas cívicas universales.” (Tampoco me acuerdo quién ha dicho esto recientemente. ¡Maldito Alzheimer). Claro que las normas cívicas no son santo de mi devoción, se pueden quedar en nada. Hace unos años Cantinflas llevaba los pantalones a la altura de los sobacos, ahora se llevan a la altura de las rodillas, depende de los momentos. Kant (que tampoco es santo de mi devoción), ya intentó hacer unas normas cívicas universales, pero cuando pasó de las ideas a la práctica tuvo que poner la existencia de Dios como un imperativo categórico (es decir, que Dios tenía que existir por narices). Pero como somos más listos que ese recalcitrante alemán seguimos queriendo hacer normas sin Dios. Sin embargo yo prefiero seguir fiándome de Dios.
“Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la Perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»” El final de esta parábola es muy duro. Nos han acusado a la Iglesia de hablar mucho de condenación (¿hace cuánto que en una homilía no oyes hablar de condenación?), pero es que sale en la Escritura, no podemos tachar lo que no nos gusta. Siervo malvado. Hay siervos malvados. Personas que deberían ser especialmente agradecidas y misericordiosas pues han recibido mucho, cargos eclesiásticos o políticos, riquezas o bien estar, y sin embargo son incapaces de perdonar lo más pequeño, a los más pequeños. Cuando un servidor público se endiosa y se convierte en salvador suele ser inmisericorde. Pero yo no soy nadie para condenar. Ciertamente no me gustaría estar en el juicio particular de algunos que, por maldad, tibieza o idiotez extrema, escuchen levantarse a niños no nacidos, a enfermos a los que se les ha practicado la eutanasia, a los pobres de los países que mueren de hambre o víctimas de regímenes abusivos y le señalen diciéndole: “Tu no me dejaste vivir”. no creo que les valga escuchar palabras como “situación coyuntural” “estructuras de poder” “conveniencia de gestión” y demás soplagaitadas similares. De los crímenes del mundo no tienen la culpa las circunstancias, sino las personas, y Dios les pedirá cuentas. No me gustaría estar en el pellejo de algunos.
Pero siempre queda un agarradero: “Los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro, no nos defraudes, Señor. Trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor”. El Señor perdona no solo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso hay que pedir por la conversión de muchos: de los siervos malvados, de los flojitos, de los tibios, de los que engañan, de los que mienten, de los que se aprovechan. No puedo querer para nadie la condenación, Dios ha venido a salvarnos… pero tienen que convertirse. Cuaresma es un buen momento para que cualquiera pueda volverse hacia Dios, reconocer su su pecado y convertirse. No son ganas “ de convertir determinadas convicciones religiosas en normas cívicas universales” sino de creer que Dios es Padre de todos, hasta de los malos.
Mientras pedimos por la conversión de muchos pongamos en los brazos de María tantas vidas de tantos pobres que se están matando, pero a los que el Señor concede la Vida.