Cuando a uno le dicen: “Venga, a construir una parroquia”, empieza a tener que hablar de cantidades de dinero y, tristemente, de grandes cantidades. Con crisis o sin crisis está todo carísimo. Los que están a tu alrededor de ponen a hablar de cientos, de miles, de millones de euros como si alguna vez hubiera visto yo esas cantidades. Entonces uno se plantea si hay que atracar un par de bancos o la sede del banco europeo para poder construir alguna vez. Pero te das cuenta que las cosas no suelen venir de golpe (excepto los bofetones), y hay que empezar poco a poco, céntimo a céntimo. Y para eso hay que trabajar y tratar bien a cada persona, cuidar el servicio, la atención y la disponibilidad para cada persona, que es importante. Además te das cuenta que cada persona es importante no por su dinero, sino por ser hijo de Dios y acabas dedicándote más a los más pobres. Y entonces se da el milagro de que cuanto menos esperas, más tienes. Para hacer un gran proyecto hay que cuidar a los pequeños.
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.» Se puede decir más alto, pero no más claro. Cuando tienes el gran proyecto de ser santo, de llegar al cielo, de estar con Dios, hay que cuidar las pequeñas cosas. Podemos ser como la niña Santa Teresa que se iba de su casa buscando el martirio, y seguramente nunca lo encontremos. Pero si encontraremos cien mil pequeñas contradicciones, tropiezos, incoherencias en nuestra que tenemos que cambiar. Descubriremos que para avanzar hay que empezar dando un paso y ese, todavía no lo hemos dado. Por eso el camino de la santidad empieza por las cosas pequeñas. De nada valdrían quince horas de oración si al llegar a casa maltratas a tu mujer o ignoras a tus hijos. De poco serviría el ofrecerse al Señor para morir mártir si no estamos dispuesto a quitar nuestro “yo” de la boca y del centro del corazón.
Cuidemos las pequeñas cosas, no nos creamos los inventores de la redención, que eso ya lo hizo Jesucristo y unámonos a Él en cada cosa, por pequeña que sea.
La Virgen nuestra Madre recibió el mayor proyecto posible y se fue a servir a su prima Isabel. Que aprendamos nosotros y cuidemos lo pequeño para ser grandes.