Como sacerdote tengo que escuchar a mucha gente hablar de cosas espirituales (también mundanas, pero eso entra en el pack). De vez en cuando tenemos charlas, cursillos, retiros, conferencias en los que se habla de espiritualidad. Creo que no existe peor público para esto que los sacerdotes, somos de lo más crítico. Tengo que reconocer que en muchas ocasiones me he quedado marcado por la sensibilidad, sabiduría y profundidad de los ponentes/predicadores. En otras ocasiones me gustaría que hubiesen dicho mucho más o más claro. Pero también tengo que reconocer que las grandes lecciones espirituales me las he encontrado donde menos lo esperas: confesando a una viejecita, tomando una cervecilla con un joven, charlando con alguno de los chavales de los centros de reclusión, estando algún día rezando en alguna parroquia desconocida. Muchas veces Dios te muestra la acción del Espíritu Santo en algunas personas y te quedas asombrado. Pienso: “Yo seré cura, pero mira que soy burro” y envidio sanamente a aquellos que escucho.
“En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: – «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.» Esto nos pasa a veces. Pensamos que ya sabemos lo que Dios quiere, cómo es Dios y cómo contentarlo. Hacemos cosas por Dios, pero no dejamos que Dios haga cosas en nosotros. El fariseo era buen tipo, hacía todo lo que creía que tenía que hacer, pero no dejaba espacio para Dios. Tampoco nosotros somos malas personas: oramos, guardamos la abstinencia, hacemos alguna obra de caridad, en fin: cumplimos. Yo creo que me puedo apuntar a este grupo, así que me pondré de ejemplo y no involucro a nadie más. Imaginaos el día que llegue a estar delante de Dios (para eso hay que morirse, pero es un paso necesario), ¿Qué le diré? “Señor, he cumplido todo” mientras le enseño la lista de las cosas que he hecho. El Señor la leerá atentamente (siempre es muy considerado con sus hijos), levantará la cabeza y dirá: “Es perfecto, has hecho muchas cosas, pero en esta lista no está ninguna de las que yo te mandé”. Y tendré que irme avergonzado.
” El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.” Aquí están los que te dan sorpresas. no es que no tengan que hacer oración, limosnas y penitencias. Pero saben que Dios es el que las hace en ellos. No se sienten orgullosos de dar lo que tienen porque saben que no es suyo. No dan su tiempo a Dios, sino que están agradeciendo el tiempo que han recibido. No se jactan de sus méritos pues saben que Dios es el que ama primero. Se saben pecadores, pero redimidos y, por lo tanto, agradecidos. Eso lo he encontrado en las personas que humanamente menos esperaba, porque Dios siempre sorprende.
Ojalá esta cuaresma nos dejemos sorprender por Dios. sin duda María, nuestra Madre Virgen, es la mujer más sorprendente de al historia. Nos hemos acostumbrado a su figura, pero si nos fijamos en ella despacio descubrimos que Dios hace lo que quiere con quien quiere. ¡Bendito sea! tal vez si esta cuaresma nos quedamos detrás, avancemos.