A las puertas de la Semana Santa leemos textos de la Sagrada Escritura que nos preparan para el gran desenlace. En la primera, vemos en la figura de Jeremías, al justo acosado por sus enemigos. Aún en esa situación, que podríamos caracterizar como desesperada, no pierde su confianza en Dios. También el Salmo recoge la oración de una persona rodeada de enemigos y de peligros. Sin embargo canta, como anticipándose a lo que sucederá en la vida de Cristo, que el Señor le escuchó cuando le invocaba.

En el Evangelio vemos a los enemigos de Jesucristo cada vez más nerviosos. Ahora han cogido piedras y están a punto de apedrearle. La acusación es que se hace Hijo de Dios ya que llama a Dios Padre. No pueden negar las buenas obras que hace, pero lo consideran blasfemo.

En nuestra época sucede algo semejante. Si para los judíos la existencia de Dios resultaba inapelable, ahora se ve a Dios como enemigo del hombre. Aquellos no entendían la condescendencia divina y que el Señor se hubiera hecho tan cercano que habitara entre los hombres; hoy se quiere expulsar todo rastro de Dios de la sociedad y del mundo. Cuestionaba Jesucristo la religiosidad de aquellas personas porque se habían cerrado a reconocer que Dios sigue actuando. Él era el cumplimiento de las antiguas profecías y todo el Antiguo Testamento hablaba de Él. Hoy se ve a Dios como un límite para el hombre. Se fomenta una especie de humanitarismo y, en ese contexto, hablar de Dios significa apelar a algo más grande. En ambos casos se rechaza a Jesucristo, que es la respuesta de Dios a todos los anhelos humanos.

En el Evangelio Jesús reta a sus perseguidores. Les dice que aunque no crean pueden ver las obras que ha hecho. Dice: “Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?”. Jesús no se está burlando de ellos. Al contrario, les indica que hay caminos para reconocer que Él es Dios. Podemos ver lo que la fe supone en nuestra vida y en la de otras personas.

Es cierto que, como sucede en esta época, se descubre el comportamiento escandaloso de algunos sacerdotes. Dichos escándalos son tanto más graves por cuanto han supuesto la existencia de víctimas, vejadas y maltratadas. Eso hace daño a los fieles, como recordaba el Papa en la carta que ha escrito a los católicos de Irlanda. Pero también es cierto que la Iglesia no se define por esas personas. Incluso en medio de esos males podemos seguir descubriendo las obras maravillosas de Dios, sobre todo las que realiza con su gracia transformando nuestros corazones.

Pidamos en estos días finales de la Cuaresma que sepamos reconocer todo el bien que Dios nos ha hecho y así vivir más intensamente la Semana Santa.