Como nuestro templo es pequeño (el cirio pascual amenaza cada día con quemar el techo), se oye casi todo lo que dice la gente. Debido a eso hemos tenido que meter el confesionario (de segunda mano, por supuesto), dentro de una especie de urna o pecera para que no se escuchen las confesiones en toda la Iglesia. Además favorece que ningún señor o señora meta sus nalgas dentro mientras estás confesando por un lateral. La verdad es que confesamos bastante y es algo estupendo (mientras escribo esto viene una señora a pedir confesarse… ahora vuelvo). Como decía, confesarse es estupendo, pero hay muchos que aún no lo han descubierto. Esta tarde he confesado a dos chavales que llevaban bastante tiempo sin confesarse (desde su primera comunión), y se han quedado tan contentos. Peor ¿cómo va a ser bueno confesarse si uno dice sus cosas malas? Tendría que amargarnos. Pero no es así, la confesión libera, enseña, guía, pacifica y reconcilia y todo de una tacada.
“Por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la celda y los sacó fuera, diciéndoles: – «ld al templo y explicadle allí al pueblo íntegramente este modo de vida.» Entonces ellos entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar.” Vivir íntegramente las enseñanzas de los apóstoles no debía ser nada fácil. Pero las enseñan como hombres libres (ya tendrán tiempo de estar en la cárcel), pues el que sigue a Cristo tiene que ser libre. Si no puede serlo físicamente (ahora me acuerdo de la Iglesia perseguida y de los chavales que trato en los centros de menores), tiene que serlo interiormente. El que sigue a Cristo destaca por su libertad. Ni las críticas, ni las murmuraciones, ni las acusaciones, ni tan siquiera el propio pecado o del mundo pueden esclavizarlo. Es libre porque sabe que puede ser perdonado él y quien le ofende. no hay barreras para la misericordia de Dios.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.” La confesión nos enseña de primera mano el amor de Dios. No es un amor abstracto o nebuloso. Se concreta en mí, en mi vida, en mis actos. En la Iglesia no se perdonan “los pecados”, mis pecados y los tuyos, bien concretos, con nombre y apellidos.
“Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” por eso la confesión nos guía. El guía de nuestra vida es Jesucristo y es Él el que nos quita el lastre que nos impide seguir a su paso. Muchos buscarán la salvación en otros sitios, personas o ideas; nosotros sólo en Jesucristo.
“El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.” Y aquí nace la paz. Cuando uno hace una buena confesión encuentra la paz y distribuye paz: pacifica. No tienen anda que ocultar de sus actos. Es cierto que no somos los mejores, no los más poderosos, ni los más preparados, pero podemos tener una vida transparente, sin miedo a nos acusen de tramas, corrupciones o intereses bastardos, pues hemos huido de las tinieblas a la luz.
Y por último la confesión reconcilia. Después de una buena confesión uno puede decir: “Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias.” Él es el que tiende puentes, nosotros sólo tenemos que atravesarlos.
Que nuestra Madre la Virgen nos ayuden a gustar de cada confesión y a ser grandes apóstoles de este sacramento.