Estos días he vivido momentos difíciles, de esos en que te levantas preguntando dónde hay que ir para partirle a alguien las piernas. Lo curioso del tema es que, personalmente, no me ha sucedido nada pero he asistido a la injusticia con que eran tratados algunos amigos. De hecho este año ha sido fecundo en casos de ese tipo. Se tiene la impresión como si Dios se hubiera retirado y el mal fuera impune. Después reflexionando me doy cuenta de que esa ira no es justa, al menos totalmente. Lo noto porque me quita la paz interior. Y lo que es peor, entro en la dinámica de la injusticia.

Leo el evangelio de hoy y me encuentro estas consoladoras frases del Señor: “Si el mundo os odia…”. Me pregunto en primer lugar si experimento el odio del mundo o sólo la molestia de unos cuantos pringados. En lo que hace a mi persona detecto que no provoco odio, a lo más irrisión o burla y quizás con fundamento. Pero la Iglesia si que es odiada y muchos cristianos también. Dios les concede a ellos, como a su esposa, el poder identificarse de esa manera con Cristo. No nos persiguen por nosotros mismos, sino por Cristo. Por eso todo clamor contra la injusticia es, al final, un deseo de agradar al Señor. Cuando alguien es maltratado se ofende a Dios. Y aunque toda injusticia clama contra el Señor y es causa de su pasión, aquí hoy se habla de los que van contra Jesucristo y sus seguidores.

Lo mismo que se rechazó a Jesucristo se rechaza también hoy a su Iglesia. Algunos hablan de cristofobia, porque no se entiende, por ejemplo, que retiren los crucifijos de las escuelas o que no se pueda hablar del Señor con normalidad. Ciertamente se da una resistencia a la gracia y un rechazo del Evangelio por parte de algunos. Ese rechazo conlleva, en ocasiones, ataques contra los discípulos del Señor. Pienso en las iglesias recientemente quemadas en la India o en el sufrimiento constante, y soportado con mucha paciencia, por los coptos en Egipto. Sabemos también que en algunos países que se rigen por el Corán los católicos lo pasan mal. Hemos de rezar por todos esos cristianos que sufren y también para que se creen situaciones que les permitan vivir con libertad.

Pero no deja de haber un misterio por el que el Señor permite que algunas personas se configuren de una manera especial a su persona y lo hagan también sufriendo ultrajes. El testimonio abnegado de tantos de ellos debe ayudarnos a soportar con mayor paciencia las pequeñas dificultades que encontramos en nuestra vida diaria y que podemos ofrecer también a Dios para la salvación del mundo. Al pensar estas cosas me avergüenzo un tanto de mi irritación de estos días, aunque sigo sin estar de acuerdo con la injusticia que la provocó.