Encontramos en varios lugares del NT, como ahora, personas y situaciones de personas interesadas con profundidad en Jesús, como es el caso de Apolo, judío de Alejandría, en Egipto, o los que al punto Pablo va a encontrar en Éfeso, que ni siquiera habían oído hablar del Espíritu Santo cuando abrazaron la fe, pues se habían conformado con el bautismo de Juan (Hch 19,2-3; como ya había acontecido en Samaría, 8,14-17; cf. 1,5; 2,38-39; 13,24-25). Apolo es uno de ellos. Nos lo tropezamos con largura en Corinto (1Co 1,12; 3,4-11; cf. Tt 3,13), incluso en esa comunidad han llegado a hacer de él una bandería que lleva a preguntarse a Pablo si Cristo está dividido: como buen arquitecto, puse el cimiento y otro construye encima.

Pues bien, una vez más llama la atención que se recurra con tanta insistencia al cumplimiento de la Escritura en Jesús. Es el cumplimiento quien prueba que Jesús es el Señor. Lo hemos encontrado de manera continuo al modo de afirmación, y como esencia misma de una narración, por ejemplo, junto al partir el pan, en los discípulos de Emaus, a quienes el mismo Resucitado les pone sobre aviso de ese cumplimiento. Sin él, nada es verdadero de la misma narración del NT. Apolo, habiendo comprendido ya el Camino del Señor, puesto que hablaba y enseñaba con todo esmero lo referente a Jesús incluso en la sinagoga, sin embargo, debe encontrarse aún con Aquila y Priscila, compañeros de Pablo, para que le expliquen con más exactitud el Camino en el que ya se encontraba. Luego es enviado a los hermanos de Acaya, quienes lo reciben con sumo contento, pues, con el auxilio de la gracia, resultó de gran provecho a quienes habían creído en Jesús. Con todo vigor rebatía en público a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús es el Mesías. Una y otra vez aparece ese cumplimiento, que ahora se convierte en demostración. Quien sigue el camino que muestra la Escritura, encuentra a Jesús y recibe su Espíritu. Ya Pablo, recién convertido, mostraba esa prueba de que Jesús es el Mesías (Hch 9,22), o, como dice Lucas en otro pasaje de sus Hechos, Pablo, partiendo de las Escrituras, abría su sentido y exponía que el Mesías tenía que padecer y resucitar de entre los muertos, y que este es el Mesías que él les anuncia (17,3).

Porque las cosas son de tal modo, podemos pedir al Padre en el nombre de Jesús, y recibiremos. Nos ha hecho conocer que Dios es Padre nuestro, porque Padre suyo. Pero, más aún, nos ha quedado probado que él es el Anunciado desde el mismo comienzo de la creación del mundo. En él se cumplen todas las promesas. Sin él nada se nos ofrece en completud. Él es el Señor. Asombra la casi ambigüedad que recorre todo el NT cuando se utiliza dicha calificación, y que nosotros hemos recogido con devoción. Señor es Yahvé, creador del cielo y la tierra, el Dios de la Alianza, pero también Jesús es Señor. Y porque es el Señor, ahora ya puede hablarnos sin comparaciones, con absoluta claridad. En aquel día, y ya estamos en ese bendito día, pediremos en su nombre. Todo en él alcanza cumplimiento. Y porque, en el Espíritu que ha venido sobre nosotros, que estamos en el mundo, le queremos, el Padre nos quiere. Se va al Padre, cumpliendo todo lo anunciado, para prepararnos camino y lugar para estar en su morada celeste. Todo está cumplido.