También para Pablo va llegando su hora, y comenzamos a ver en estas páginas de los Hechos de los apóstoles esa cierta nostalgia de las despedidas. Pablo es un presumido de su acción. Y lo puede ser con toda entereza y humildad, porque él no ha ahorrado esfuerzo alguno en sus inmensas e insensatas correrías por el mapa de entonces, sabiendo siempre cómo la obra que él ha realizado es la acción del Señor por su medio. Pues Pablo sólo ha buscado una cosa: que todos, judíos y griegos, se conviertan y crean en nuestro Señor Jesús. Y ahí no ha escatimado ninguna osadía, aprovechando en su predicación una genial fuerza de convicción retórica que ha aprendido, precisamente, de sus dos culturas, la judía y la griega, las cuales utilizan armas tan distintas, y que él ha puesto por entero al servicio de su Señor. En eso ha gastado su vida. Ha completado su carrera y ha cumplido el encargo del Señor. Y, por la fuerza del Espíritu de Dios, lo ha hecho bien, muy bien.

Canten al Señor los reyes de la tierra, porque el mismo Dios ha derramado en judíos y gentiles una lluvia copiosa por medio de sus apóstoles. El salmo sólo habla de su heredad, la del pueblo elegido, pero ahora es claro, su heredad es la muchedumbre entera de los pueblos. Por ello, bendito el Señor para siempre. Él lleva nuestras cargas. Él es nuestra salvación. Pues el encargo ha sido proclamar hasta los confines de la tierra la salvación en Cristo muerto y resucitado. Por más que entonces la tierra entera coincidiera con el mundo romano, que llegaba hasta las columnas de Hércules, y que se centraba en la capital del Imperio, Roma. Luego nos iremos dando cuenta de que los límites del mundo crecen sobremanera. De que hay otras culturas y otros pueblos. Pero los cimientos están puestos.

Ha llegado la hora de que el Padre glorifique al Hijo. De que ofrezca a toda carne la vida eterna. Le ha dado poder para ello. Y ¿en qué consiste esa vida eterna? En que le conozcamos a él, único Dios verdadero, y a Jesucristo, su enviado. Mas ¿cómo lo conoceremos? Por la predicación de sus apóstoles, pues ¿cómo sabríamos de Jesús si nadie nos hablara de él? Pablo, ahora que está de despedidas, nos enseña qué debemos expresar, a quiénes debemos decirlo, dónde debemos hacerlo. El camino de Pablo es claro. Comienza a recorrer el mundo conocido entonces. Luego se dirige a Jerusalén, el centro donde se elevó la cruz y la tumba vacía, la entraña religiosa del mundo, para luego caminar a Roma, el centro vital de todo aquel espacio, habiendo pasado por Atenas, el viejo quicio de la cultura filosófica. En Roma permanecerá aún no poco tiempo antes de ser también él sacrificado. Corretear que se expande hasta los límites, incluso anuncia que quiere venir a España, el extremo final de aquel mundo, para volver al centro religioso y, desde él, llegar al eje donde giraba el conjunto político y social de la tierra entera.

Los Hechos de los apóstoles se construyen en ese juego de la universalidad que se da desde un centro, Jerusalén, salir prontamente al mundo entero, para, volviendo a él, dirigirse luego al foco mismo de aquel espacio. Así, la tierra entera ha recibido el mensaje: que la salvación se nos ha dado en la cruz. Que es en ella donde el Padre glorifica al Hijo, para nuestra salvación.