Por fin, llegamos a Roma con Pedro. La narración se hace desde el plural, por lo que nosotros podemos entrar con él en los postreros acontecimientos de su vida. Ciudadano romano que debe ser juzgado en el tribunal del emperador. Le permiten extremada libertad. Diríamos hoy que queda antes del juicio en un estado de libertad condicional y vigilada. Los derechos de los ciudadanos romanos eran grandes, porque sobre ellos reposaba el imperio entero. Poderosos debían ser los que querían litigar en la acusación contra él, o al menos los que consiguieron condenarle en Roma.

Solo llegar, habían pasado tres días, cuando Pablo convoca a los principales de entre los judíos. Era importante la colonia judía en Roma. Y poderosa. Tenía leyes propias que le permitían vivir con entera libertad su religión y no debían, ellos, los únicos, adorar litúrgicamente al emperador.

Les enseña a los principales cómo nada ha hecho contra el pueblo ni las tradiciones de nuestros padres, pero las autoridades de Jerusalén, sin embargo, le entregaron a los romanos. Una vez interrogado, estos vieron que deberían ponerle en libertad, pero, como los principales de los judíos se oponían y buscaban su condena por encima de todo, apeló al César. Sin que con ello, nos advierte otra vez, tuviera intención ninguna de acusar a su pueblo. ¡Qué hermoso! ¿Cómo, pues, viene a Roma cargado de esas cadenas? Por la esperanza de su pueblo. Por tal motivo ha querido convocarlos enseguida para hablar con ellos. Aunque no lo hemos leído en la narración de los Hechos de los apóstoles de hoy, ellos le dijeron que ninguna carta habían recibido de Judea a propósito de él ni ninguno de los hermanos que de allá vino le ha denunciado. Aunque, repito, nos hayamos saltado un trozo de la narración, vemos cómo al punto, como ha hecho siempre, comienza a hablarles de lo que se ha cumplido en Jesús, hasta el punto de que, también en Roma, se retiran en desacuerdo unos con otros. Y Pablo, como lleva haciéndolo hace tiempo, les anuncia que esa salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos sí que escucharán.
Dos años estuvo en aquella casa, predicando el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor, a Jesús como Mesías; con toda libertad, sin obstáculos. Estas son las últimas palabras del relato de los Hechos de los apóstoles. Palabras que dejan al libro absolutamente abierto. ¿Por qué no va más allá y nos refiere lo que sabemos, que Pablo, finalmente, fue condenado y murió martirizado en Roma?

Lucas quiere dejar abierto el relato de la vida de Pablo. Ha querido dejar abierta la puerta de su casa para que también nosotros entráramos en ella para escuchar su persuasiva predicación. Aún habiendo recorrido el camino global del id y predicad el evangelio a todas las naciones, todavía queda mucho por hacer. Lo mostrado en el libro es sólo un esbozo global del cumplimiento de ese mandato de Jesús, aunque, en lo menudo, todavía queda todo por hacer: el ir pueblo a pueblo, persona a persona, uno a uno ensayando esa predicación a las condiciones personales y culturales de cada uno de nosotros. Una manera de decirnos: ¿has visto lo que hizo Pablo?, pues bien, ahora te toca a ti. Nosotros debemos ser, pues, los nuevos Pablos. La evangelización está ahora en nuestras manos.

Lucas nos ha puesto en la segunda parte de su libro el ejemplo de Pedro y Pablo. Ahora, la tarea está en nuestras manos.